La encarnación del sueño de Fleming.
Sir Connery terminó su saga.
Miguel Angel Herrera Zgaib, PhD
Director de revista Pensamiento de Ruptura
Un escocés, que no era un whisky, sino un agente secreto al servicio de la reina, Sean Connery, hijo de una aseadora y un camionero falleció.
Quedaron cortados 50 años de fantasía, con la franquicia del Agente 007, una creación de Ian Fleming, quien empezó a escribir esta serie detectivesca cuando descansaba en Jamaica, y había contraido nupcias por segunda vez.
Estaba escribiendo Casino Royale, en su máquina Imperial, y tenía 42 años, poniendo fin a la espera de escribir el primer spy thriller, que le revoloteaba en su mente. Era un tiempo feliz, y el resultado no se dejó esperar.
Sin embargo, Ian solo pudo ver llevados al cine dos de sus novelas, Doctor No, Solo se vive dos veces. Al poco tiempo, en 1964, murió de manera prosaica, de un ataque al corazón, y pare de contar. Aunque no, según parece, la industria de James Bond, porque siguieron filmándose escritos originales suyos, y luego nuevos guiones para películas.
Las últimas, a esta fecha, hicieron célebre a un nuevo Bond, de apariencia eslava, Daniel Craig. ÉL ya nos anunció su retiro, de la grata tarea de vencer "a los malos," según decir de la reina longeva y sus servicios secretos. Hoy, asediados por un criminal que está en todos los lados, no tiene un rostro visible, y mordió hasta el guasón del primer ministro, Boris Johnson, con su coqueto mechón pintado, para más señas.
El célebre escocés,
Querido por tantas mujeres, de igual estatura que el cantante Tom Jones, pero de cuerpo de físico-culturista con el que se ganó la vida antes de entrar al cinema mundial, después de hacer mil oficios.
Nunca se atrevió a contrariar al Imperio sobreviviente con la pretensión de la independencia de su tierra natal. Eso se lo dejó a otra estrella, un australiano, protagonista de Corazón Valiente, una recompensa de ficción.
En todo caso, de la pluma de su creador, la Cuba socialista no quedó por fuera, y tampoco la crisis de los misiles, en la cual tuvo que enfrentarse con el "siniestro" Dr. NO. El sí no era, por supuesto para la revolución socialista de Fidel, Camilo, Ernesto, y otros, quienes sin embargo, por qué dudarlo, se divirtieron en sus cinematógrafos privados.
Unos y otros,
recuerdan con Freud, que en el cine hay cierto voyerismo elegante, ante el cual no se resistieron tampoco Stalin, Hitler, Churchill, Roosevelt, y hasta el mediocre Truman, disparador de bombas atómicas contra Hirohito y sus entusiasmos imperialistas en Asia.
Claro, en mi caso, me quedo, a la muerte de Sean, con dos recuerdos del celuloide, su papel en "El nombre de la rosa," donde el picarón Umberto Eco, desparrama su desconcierto con la intensa y dramática existencia de los italianos en trance de revolucionarse durante los "años del plomo", en clave de la baja edad media; y en el papel del ayudante de Elliot Ness, en la Chicago de Al Capone y CIA, como su ayudante estrella.
En suma,
se apagan las luces, y brillan los recuerdos. Porque no estará Bond hurgando en los buzones y sacas de correo, donde Daniel el Travieso, alias Donald Trump dice que se prepara el fraude, para hacerle perder un triunfo que él tiene cantado al oído, por un pajarito diferente al que le tuitea a Álvaro y Nicolás, por estas tierras olvidadas de dios.
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