martes, 28 de diciembre de 2010

El colega Carlos Medina no quiere el año termine si comjugar los verbos de la paz. Él sabe por qué lo dice. N de la R.

Dialogar, acordar, firmar y cumplir…

¿Los verbos de la Paz…?

En la segunda semana de este mes edita el ELN en su página web, en la Revista Insurrección, un extenso documento que en lo esencial plantea la necesidad de encontrar un camino para la solución política del conflicto armado en Colombia. En él hace explicita su voluntad de paz, la importancia de la sociedad civil y la comunidad internacional en el proceso lo cual no es nada nuevo. Esos tres aspectos, constituyen el eje central del discurso de paz de la organización, que ahora une a otros componentes como “…crear un gobierno de nación, paz y equidad, sustentado en un Estado de Derecho… ( en un régimen) de democracia, bienestar y libertad”; todo absolutamente alcanzable en el marco de una autentica sociedad democrática liberal y burguesa, si se quiere.

A esto hay que ligarle otro elemento, al ubicar la organización “como parte de la oposición,… comprometidos en la construcción de soluciones no militares a los problemas de la sociedad colombiana”, por la connotación política incluyente del término oposición que saca el conflicto de la relación amigo-enemigo, propio de la guerra, para situarlo en el campo de la política como adversarios. Aunque son sutilezas del discurso, suelen ser relevantes a la hora de emprender procesos.

Igualmente la organización abona el camino con otros componentes que resultan importantes como pre-requisitos de un proceso de paz, cuando afirma que “no se deben pretender soluciones en un acto, sino en un proceso que dé confianza a las partes y que ellas mismas lo construirían en acuerdos mutuos, que el pueblo y la nación refrendarían”; en concreto está señalando el ELN, que la solución política debe erigirse como proceso lento de diálogos y acuerdos, y en el marco del mismo reconstruir la confianza entre las partes, que se ha perdido en una larga historia de incumplimientos.

Hace pocos días el ministro del interior y de justicia, Germán Vargas Lleras, anuncia a través de los medios, que en el país nunca volverán a haber zonas de despeje, lo que no resulta nada novedoso, ni ningún avance en materia de política pública de paz, con la cual los últimos gobiernos están en deuda con la nación. Realmente lo que hay que despejar es el escenario de la inexistente política de paz, de los obstáculos que el anterior presidente le coloca al proceso con la caracterización, fabricada por José Obdulio Gaviria con el planteamiento, de en Colombia no hay conflicto armado, ni guerra, sino amenaza terrorista. El gobierno Santos va tener que tomar distancia de esta postura y pensar cómo va a empezar a darle utilidad a las llaves de la paz, abriendo puertas. Qué bueno sería pensar la afirmación del ELN en el sentido de que “reconocer el conflicto es un primer paso, para resolverlo… seguir deformándolo y presentándolo como un estallido terrorista, es cerrar la puerta. Es condenar la nación a una historia de más guerra” de pronto este es un agujero para introducir la llave.

El llamado a firmar y cumplir, hecho por el ELN, convoca una reflexión en torno a la construcción de los grados de confianza que pueden tener las partes en los procesos. Existe un pésimo precedente a este respecto que es necesario superar, porque en este país, todos los procesos de negociación con el Estado y la misma confianza en los acuerdos, en los funcionarios y las instituciones se han precarizado: en la década del 50, la desmovilización de la guerrilla liberal termina con el asesinato de Guadalupe Salcedo; los acuerdos del proceso de La Uribe acaban con el genocidio de la UP; el proceso de paz con el M-19 y el EPL, con los asesinatos de Carlos Pizarro Leongómez y Oscar William Calvo, los pactos de sometimiento a la justicia de los capos del narcotráfico, con la muerte de Pablo Escobar y la extradición de los Rodríguez Orejuela; los de los narco-comandantes de las AUC, en el marco del proceso de la Ley de Justicia y Paz, con la extradición de los victimarios y el abandono de los procesos de verdad, justicia, reparación y no repetición.

Esto, para no hablar de la cadena de incumplimientos en que los distintos gobiernos han incurrido con el movimiento indígena, afrodescendiente y social en las distintas regiones del país o, más vergonzoso aún, los acuerdos de cohecho hechos para la reelección del presidente y origen de ese adefesio de proceso llamado Yidispolitica: ¿Como reconstruir la confianza en los procesos políticos en un país, cuando los funcionarios del gobierno saliente se asilan, por falta de garantías y esta actitud cuenta con el respaldo de quien se considera el re-fundador de la nacionalidad y la institucionalidad colombiana?

Esta situación ha generado que las reflexiones sobre los procesos políticos que emplazan la solución negociada del conflicto armado comiencen a pensarse en términos de las responsabilidades de los protagonistas del mismo, en el marco del ordenamiento jurídico internacional y en las competencias de la Corte Penal Internacional; pero también, en el entendimiento de la necesidad de construir, de manera independiente y soberana, desde las decisiones políticas un orden jurídico que le de seguridad a las partes (incluyendo a la fuerza pública) en la construcción de los acuerdos.

Un proceso de paz con la insurgencia colombiana, más allá de procedimientos, agendas, instrumentos y firma de acuerdos requiere de la reconstrucción de la confianza y la credibilidad en las instituciones. De ahí la importancia del llamado del ELN a conjugar los verbos de la paz: dialogar, acordar, firmar y cumplir.

CARLOS MEDINA GALLEGO

Docente-Investigador

Universidad Nacional de Colombia

Diciembre 24 de 2010

Alfredo Arango desde Miami, coautor de una importante novela sobre subalternidad e independencia, escribe esta glosa. N d la R.

Recordando a Atanasio y sus hazañas como patriota !!!


Sí, que haga honor el pueblo girardoteño al gran héroe patriota, no sólo por el nombre que lleva, sino asumiendo la actitud visionaria y valerosa que tuvo Atanasio Girardot para salvar la patria de la tiranía.

En este caso se trata de liberar a Colombia de la tiranía de la pobreza y el desprecio que sienten las élites hacia su propio pueblo, pero ya no con armas y muerte, sino con unidad y vida, participando en el juego de la democracia, asegurándose que los taures no hagan trampa en este juego, demostrando que el colombiano humilde de las riveras del río Magdalena puede de manera limpia ganar la partida.

Vamos a recordarle al pueblo de Girardot por qué se le puso ese nombre. No debe quedar ni un niño, ni un pobre en toda la ciudad sin conocer esta historia:

"En una de sus hazañas, Girardot osó aguardar el ejército enemigo en número de dos mil hombres con setenta y cinco soldados en el puente del Río Palacé. Tacón, llamado el 'tirano de Popayán', no dudaba en subyugar con aquellas fuerzas el extenso país de la Nueva Granada: destinó setecientos hombres para desalojar los defensores del puente; pero Girardot resolvió perecer con sus soldados antes que ceder la posición al enemigo.

La batalla fue ganada por los patriotas. Más de doscientos cadáveres quedaron en el campo de batalla. Hasta entonces la Nueva Granada no había visto un peligro mayor para su libertad recientemente adquirida, y las consecuencias del triunfo de Girardot salvaron a un tiempo a su patria de la reacción realista."



domingo, 19 de diciembre de 2010

Noticias del exitoso y fallecido escritor sueco, Stieg Larsson. Reproducimos parte de un texto más extenso. N de la R.


Stieg Larsson: inclaudicable activista e insoslayable escritor



Del periodismo alternativo a la igualdad de género.

Escrito de Otto Higuita enviado por el colega Oscar Delgado de la U. del Rosario, Bogotá.





I. Introducción



La novela policíaca sufrió un cambio profundo con la obra del autor sueco Stieg Larsson,

al aportarle una protagonista de las características de Lisbeth Salander. La suya es una

escritura innovadora también, ya que introduce temas poco comunes dentro del género

como la corrupción y defraudación financiera, el racismo, la xenofobia, la trata de

personas y la violencia contra la mujer.

La polémica que ha desatado la propuesta del escritor escandinavo merecen un detenido

y detallado análisis. Y es que no cualquiera aceptaría sin más un personaje de las

características de Lisbeth Salander.

Salander es una protagonista difícil y compleja de aceptar, sobre todo, por esa ingeniosa

mezcla de ingredientes que le dan un perfil multifacético y extravagante: poseedora de

una fuerza inhumana increíble, justiciera vengativa, individualista irremediable, hacker

excepcional, bisexual, autista explosiva, entre subversiva y anarquista, de memoria

fotográfica envidiable, espalda tatuada, cierto aire gótico, y, finalmente, maltratada y

violada. Estas características, pero sobre todo su manera de asumir el maltrato y la

violación, la han convertido en una suerte de heroína de millones en el mundo.

Pero nada de ello surge de la simple imaginación del autor. El origen de esta genial ficción

literaria está, de una parte, en el reciente auge de la novela sueca dentro de un género

dominado, principalmente, por la literatura anglosajona; y de la otra, en el contexto

histórico y los cambios sociales, culturales e ideológicos que se han producido en la

sociedad. Todos estos elementos conforman un entramado que se expresa en su máxima

tensión poniendo a prueba los valores e ideales que han caracterizado a Suecia como

tercera vía (entre el comunismo y el capitalismo) y como modelo de sociedad del

bienestar, algo sobre lo cual volveremos adelante.


Stieg Larsson es uno de los escritores más leídos del mundo, a parte de la fenomenal

protagonista que introdue en la novela negra, porque su obra se ha convertido en una vos

crítica y una implacable denuncia y confrontación a las injusticias que caracterizan a las

sociedades contemporáneas.

Su obra es un apasionante y trágico fresco de una realidad que desnuda y cuestiona a

fondo, señalando los horrores y la violencia que se ejerce a diario contra las mujeres, los

inmigrantes, los gay y las prostitutas. Es un duro y lúcido relato acerca de los dramas que

vive la humanidad.


El estudio y cartografía de los grupos de extrema derecha y neonazis lo convirtió en un

erudito y experto sobre el tema, al punto de ser uno de los conferencistas privilegiados de

la Scotland Yard, la policía secreta del Reino Unido.


Pero la vida de Stieg Larsson se truncó abruptamente cuando alcanzaba su plena

madurez intelectual. Su temprana desaparición ha dado pié a toda clase de polémicas

que se abordarán más adelante. Su muerte repentina ocurrió el martes 9 de Noviembre

del 2004 cuando un infarto fulminante paró su corazón. En aquel instante se desvaneció

una de las vidas más comprometidas, prolijas y gallardas que ha dado Suecia en los

últimos tiempos.


En este ensayo se aborda la vida y obra de Stieg Larsson, se describe su valiente

compromiso con las luchas por la justicia y el derecho de todos y todas a vivir dignamente

en cualquier lugar del mundo.

El objetivo aquí es presentar no solo al escritor de novela negra, sino al activista

inclaudicable y al periodista alternativo. En tal sentido, es fundamental dar a conocer un

pensamiento que como el suyo contribuye a entender y, más importante, a luchar contra

el estado actual de crisis social, violencia generalizada e intolerancia.

Este ensayo expone las motivaciones de su compromiso como escritor, lo cual es

importante resaltar en un momento en que los gobiernos del mundo, con algunas

honrosas excepciones, actúan como fieles aliados de los intereses de las elites

financieras. Gobiernos que, de acuerdo a la evidencia histórica conocida, causan un

detrimento permanente de los derechos políticos, sociales, económicos y culturales de los

pueblos.


Para los propósitos del ensayo, es de fundamental importancia el compromiso

incondicional del escritor o intelectual con la justicia. Más aún si tenemos en cuenta que

de Estados Unidos a Europa, pasando por los gobiernos aliados del Sur, la derecha y los

grupos de poder cooptan intelectuales que actúan en favor de sus intereses y su visión

del mundo. Algunos son bien remunerados y cumplen holgadamente su propósito de

defender el modelo neoliberal sobre el que se basa el sistema capitalista. Estos

intelectuales son la artillería ideológica de las potencias dominantes contra los pueblos

que deciden, con independencia, labrarse un destino propio.

Con este trabajo rendimos un homenaje al activista de derechos humanos, al periodista y

al idealista que se atrevió a apartar cortinas, examinar tras las fachadas, levantar piedras

y criticar las escuelas de periodismo que por principio omiten decir, que el Estado miente

por costumbre. Stieg Larsson fue uno de los que se insubordinó contra esa línea

dominante del periodismo de los multimedia corporativos orientados por el interés de la

ganancia, esas fábricas del consenso como las llaman Noam Chomsky y Edward Herman.

Las cursivas en este párrafo son tomadas de John Pilger, Basta de mentiras.

El trabajo de investigación en que se basa el ensayo comprende, además de la lectura de

la trilogía en su idioma original, artículos, reseñas y entrevistas en sueco, principalmente,

e inglés. De las tres novelas se hace una traducción literal de sus títulos al español. Los

hombres que odian a las mujeres; La chica que jugaba con fuego y El castillo de

aire que estalló.


De hecho en el intercambio de cartas con la editora Eva Gedin, Stieg Larsson es

preguntado si estaba de acuerdo con cambiar el título de la primera, en eso era

intransigente, y se mantuvo en que no.

Los títulos en español de acuerdo a la editorial Destino, se corresponden con los

siguientes: Los hombres que no amaban a las mujeres; La chica que soñaba con

una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire.

El ensayo está dividido en capítulos así: I. Introducción. II. ¿Quién era Stieg Larsson? III.

Escritor y contexto. IV. La trilogía. V. Los debates sobre Stieg Larsson. VI. Conclusiones.


II. ¿Quién era Stieg Larsson?

Stieg Larsson nació en el norte de Suecia, en Skelleftehamn, provincia de Västerbotten, el

15 de Agosto de 1954. Debido a las difíciles condiciones de vida de sus padres, éstos

encargan a los abuelos maternos Severin y Tekla el cuidado provisional del niño. Con los

abuelos viviría los primeros años de su vida. El abuelo, Severin, fue obrero de la industria

durante los años 30s y 40s, y posteriormente se dedicó a reparar bicicletas, máquinas,

motosierras, a la pesca y la caza, para sostener la familia. La casa en que habitó está

cerca de la aldea Måggliden, en las afueras de Bjursele. El ambiente en que creció de

niño era bastante libre, en medio de la naturaleza y bajo las pocas restricciones que le

imponían los abuelos.

La compañera de vida de Stieg Larsson, Eva Gabrielsson, sostiene que la educación que

le brindó el abuelo fue crucial para la formación de su concepto sobre la justicia. Severin

fue miembro del partido comunista y junto con centenares de socialdemócratas,

sindicalistas y opositores que criticaron y se opusieron al avance del nazismo fue

internado en Storsien, uno de los campos de concentración que implementó el gobierno

sueco para encerrar a los opositores de Hitler en su avance arrollador por Europa durante

la guerra de expansión y extermino que fue la II Guerra Mundial.

La dura experiencia que le tocó enfrentar al abuelo Severin marcaría al escritor, quien

adoptó como principios la igualdad en valores y derechos de todas las personas, la

defensa de la libertad de expresión y el compromiso de luchar porque nunca más se

repitiera lo que vivió el abuelo.

Para el británico Graeme Atkinson, amigo de juventud de Larsson y corresponsal para

Europa del magazín Searchlight, la razón por la cual el escritor se dedicó a estudiar el

fenómeno del racismo y el extremismo de derecha está en el ambiente en que creció y en

los valores que le transmitió el abuelo.

De nuestras conversaciones he entendido que su abuelo materno Severin Boström fue la

influencia más importante. Ellos tuvieron una relación muy estrecha. Durante los años 30s

el abuelo fue un duro crítico de Hitler y el Nazismo. El abuelo asumió el roll de padre y le

enseñó valores humanos fundamentales, el deseo de una mejor sociedad y la concepción

de cómo se trata a la gente.

Una mañana de verano de 1962, se interrumpió la tranquilad y libertad en la que vivía el

niño. Aquel día murió el abuelo y eso significaba naturalmente la reunificación con sus

padres Vivianne y Erland, y su nuevo hermano, Joaquin.

Una nueva vida comenzaba en la ciudad de Umeå. En la escuela se distinguió por

intervenir en los conflictos en defensa de quienes eran víctimas de discriminación y

agresión, entrenando a temprana edad el poder convincente de su palabra.

Ya en secundaria, son abiertas sus diferencias con profesores y profesaras alrededor de

temas políticos. Una anécdota cuenta que una profesora, hija de un conocido militante de

extrema derecha, le asignó una mala nota por un ensayo que escribió. Discutió varias

veces con ella y amenazó llevarla ante el consejo académico de la escuela ante lo cual la

profesora tuvo que ceder.

Siendo un adolescente se presentó un hecho trágico que lo marcaría de por vida. Su

pareja, Eva Gabrielsson, sostuvo en una entrevista en el diario El País (España) en

septiembre del 2009, que al joven le tocó ser testigo de una traumática experiencia.

Estando de camping, Stieg fue testigo de la violación de una chica por parte de sus

amigos. Días más tarde se la cruzó por la calle y se acercó a pedirle perdón por no

haberlo evitado, pero ella le rechazó. Siempre se sintió culpable.

La década de los 70s fue la época de la militancia política y su compromiso con los

procesos de liberación que se vivían en el Tercer mundo. Fueron los años en que se

escuchaban las voces de millones que marchaban por las calles denunciando la invasión

del imperialismo estadounidense a Vietnam.

Según sus viejos amigos del partido socialista de Umeå, Stieg Larsson se hizo miembro

de la Liga Comunista de los trabajadores e internacionalista por tres motivos: no encontró

nada que lo atrajera en el socialismo de estado de los países de Europa del Este y

empezó a considerar el trotskismo como una alternativa a aquel; en segundo lugar,

encontró en el trotskismo un énfasis especial en el internacionalismo, algo que siempre ha

caracterizado las tendencias marxistas, y eso le gustó; y finalmente, halló en el trotskismo

una visión cultural más amplia que en los otros partidos y movimientos de izquierda de

aquellos años.

Su compromiso fue tal que dejó un testamento siendo muy joven, donde decía que las

pocas pertenencias que quedaran después de su muerte pasaran al partido socialista.

Entre los años 75 y 76 hizo el servicio militar. Aunque para muchos socialistas esto iba

contra los principios, el nunca se consideró un pacifista como tal, pues consideraba que la

violencia bajo ciertas condiciones estaba justificada y podía llegar a ser necesaria, como

en el caso de un pueblo que se viera obligado a defenderse de la opresión de un tirano.

Los trotskistas de Umeå llegaron a organizar actividades sindicales y reclamaron

derechos para los reservistas del ejército, el hizo parte de ellos y llegó a vender a

escondidas en el regimiento un periódico dirigido especialmente al soldado Rojo.

Dos experiencias del Tercer Mundo, Eritrea y Granada, atrajeron su compromiso

internacionalista. En 1973 el mundo supo de Eritrea porque una prolongada sequía había

arruinado completamente la producción de alimentos y los cables noticiosos pasaban

imágenes de rostros famélicos de niños, mujeres y ancianos empujados por el hambre

hacia una muerte segura. Las noticias hablaban, también, de la guerra de liberación de

Eritrea contra Etiopia durante el régimen del káiser Ras Tafari Makonnen, más conocido

como Haile Selassie I.

Este conflicto tiene como telón de fondo los restos de colonialismo de los 50s. Italia e

Inglaterra, y posteriormente estados Unidos, se jugaban sus cartas para mantener el

dominio en esta región de África.

Stieg Larsson, para conocer de cerca lo que se peleaba en Eritrea en 1977, se contactó

con el Frente para la Liberación del Pueblo Eritreano, FPLE, y se marchó allí. El temor por

la guerra que se desarrollaba allí fue lo que lo llevó a escribir el testamento que se

menciona arriba. Una vez arribó a las bases de la guerrilla en las montañas, entrenó a un

grupo de mujeres en el lanzamiento de granadas, algo que había aprendido durante el

servicio militar. A raíz de una inflamación en el riñón tuvo que regresar de nuevo a Suecia

al final del año.

En Eritrea se llevaba a cabo una luchaba despiadada por la independencia y la soberanía,

que significaba quitarse de encima una Etiopía que actuaba como alfil de distintos

intereses imperiales, Estados Unidos y posteriormente Rusia. En 1993 los eritreanos

lograron vencer la maquinaria de guerra de Mengistu Haile Mariam, quien había depuesto

al káiser Haile Salassie I tras un golpe de estado. Mengistu gobernó con mano de hierro,

eliminó a sus opositores, se presentó como un marxista-leninista y radical reformador,

rompió sus vínculos con Estados Unidos, y posteriormente se alió con Rusia que lo apoyó

militarmente hasta que el presidente de Rusia Mijaíl Gorbachov, tras el fin de la guerra fría

y los acuerdos con Reagan, se lo retiró.

La segunda experiencia internacionalista de Stieg Larsson fue con la revolución que se

llevó a cabo en la isla de Granada. Este paraíso de las antilas, se vende hoy en el

mercado del turismo como un atractivo y lujoso destino para ricos viajeros americanos y

europeos, donde la historia de la revolución, corta pero fundamental para la memoria de

los pueblos, desaparece sutilmente de la publicidad que se ofrece a los ávidos visitantes.

Tras la larga disputa entre los poderes coloniales que va del siglo XVII hasta el siglo XX,

Inglaterra se impuso. Granada fue durante decenios una economía de plantación que

producía además de caña de azúcar, algodón y café, cocos y nuezmoscada. Las primeras

elecciones libres en 1951 las ganó el descendiente de esclavos y líder sindical Eric

Matthew Gairy, a nombre del Partido Laborista Unido de Granada. El poder en manos de

Eric Gairy fue una pesadilla para el pueblo granadino. Convertido en una suerte de

místico con poderes sobrenaturales, actuó de forma despótica a través de bandas

criminales como los The Mongoose Gang que se infiltraban en las noches enmascarados

y detenían a los opositores.

El 13 de marzo de 1979 Maurice Bishop, líder del new Jewel Movement, encabezó una

revuelta armada contra la dictadura de Eric Gairy, amigo personal de Pinochet y apoyado

por EEUU e Inglaterra, que tenía el país sumido en la corrupción y el terror. Una vez

derrocada pacíficamente la dictadura de Gairy, Bishop fue nombrado primer ministro y se

constituyó un gobierno de orientación socialista, que trajo consigo la reforma agraria,

nuevas formas de poder obrero y campesino frente al dominio de una minoría de

propietarios ricos, se crearon brigadas de voluntarios para recuperar las escuelas, los

hospitales y se dio inicio a educación y sanidad gratuitas, se emprendió una campaña de

alfabetización, se tomaron medidas contra el paro y contra el racismo, se inició la

construcción de un aeropuerto, se fomentaron las relaciones con Cuba, la Unión Soviética

y los países del bloque socialista.

Stieg Larsson y Eva Gabrielsson viajaron a Granada en 1981. No lo hicieron como

turistas, fueron allí a estudiar y conocer de cerca el proceso revolucionario de aquel

pueblo antillano que con orgullo se mostraba al mundo como un ejemplo de solidaridad,

socialismo y dignidad, a escasas millas de la costa de la primera potencia militar del

planeta.

Cumplieron una apretada agenda que incluía visitar las cooperativas agrícolas y

organizaciones de mujeres, encuentros con políticos y funcionarios del Estado, etc.

Tuvieron también la oportunidad de reunirse con el primer ministro Maurice Bishop que los

impregnó de su espíritu revolucionario y de su compromiso y trabajo con la nueva

Granada que estaba naciendo. De vuelta a Estocolmo, Stieg Larsson escribe un artículo

en el Internacional, periódico del partido socialista, donde describe los cambios y avances

en materia social, educativa y agrícola que se estaban llevando a cabo en la isla.

En Suecia impulsó la creación del comité de solidaridad Suecia- Granada desde donde

apoyó el proceso que siguió paso a paso hasta su violento desenlace. De esta trágica

experiencia escribiría un acertado análisis en el Internacional, en medio de la confusión y

mentiras que se mostraban al mundo sobre lo que estaba pasando, cuando fue invadida

la isla por tropas estadounidenses, destruida la revolución y asesinado su líder, Maurice

Bishop.

Estados Unidos fomentó el golpe de estado contra Granada porque según Washington se

iba a convertir en otra amenaza comunista. Nuevamente y con los mismos argumentos

que lo había hecho contra otros intentos de independencia y soberanía, el imperialismo

ponía fin a la Revolución Socialista que dirigía Maurice Bishop, a través de una invasión

de siete mil soldados estadounidenses el 25 de octubre de 1983, luego que la CIA

orquestara desde adentro el plan con ayuda de un grupo de traidores entre los que se

encontraba Bernard Coard.

En 1975 se funda en Inglaterra el magazín Searchlight, una publicación antifascista que

en su primera pagina llevaba como eslogan: no pasarán, They shall not pass, la consigna

de los republicanos durante la guerra civil española. Stieg Larsson trabajó desde 1983

como corresponsal de Escandinavia para el magazín. Searchlight actuaba como una

especie de central para la cooperación internacional y el intercambio de información entre

antifascistas de Europa y Norteamérica.

En 1988, en colaboración con Anna-Lena Lodenius, inició una de las mayores cartografías

e investigaciones conocidas sobre el racismo organizado en Suecia, investigación que dio

como resultado el libro La extrema derecha (Extremhögern) publicado por la editorial

Tiden en 1991. Allí describen al partido Preservar a Suecia Sueca (Bevara Sverige

Svensk) como el primer partido sueco moderno hostil a los inmigrantes, un movimiento

que formalmente tomaba distancia del racismo, pero al mismo tiempo se oponía

activamente a los refugiados políticos y a la inmigración no nórdica.

En la primavera de 1995, un amplio grupo de activistas de izquierda, periodistas y

antifascistas se dieron cita en Estocolmo con el propósito de discutir la creación de un

nuevo periódico. Entre los participantes a la reunión estaba Stieg Larsson, quien aparte

de ser el más adulto, era el que más conocimientos y experiencia reunía sobre los grupos

de extrema derecha. Entre los 80s y 90s habían ocurrido una serie de atentados y

ataques de los grupos de extrema derecha, además existía el interés de empezar a

hacerles un seguimiento sistemático a estos grupos que se habían convertido en una

verdadera amenaza para la sociedad.

La idea de este grupo de jóvenes era trabajar activamente contra el racismo y la extrema

derecha que actuaban en Suecia y con este propósito nació Expo, para cartografiar,

investigar, recoger información y exponer públicamente el fenómeno del racismo y la

extrema derecha.

III. Escritor y contexto

Brevemente se describirá lo que ha significado Suecia como entramado histórico; el fin de

la guerra fría y el triunfo del neoliberalismo; el auge de tendencias neonazis en la década

de 1980; una mirada a lo que se conoce como sociedad del bienestar; y Suecia como

cuna de grandes escritores.

Suecia como entramado histórico

En la historia de Suecia, uno de los primeros períodos que la proyectan en el conjunto de

naciones, fue la expansión y conquista de los vikingos (800-1050) hacia el este, el Mar

Báltico, la actual Rusia, y los mares Caspio y Negro; el establecimiento de relaciones

comerciales con el mundo Bizantino y los reinos árabes; pasando por los asentamientos y

exploraciones en algunos lugares de la costa norte de lo que es hoy Estados Unidos, lo

que ha llevado a algunos arqueólogos e historiadores a afirmar que los Vikingos fueron

los primeros en llegar a América; hasta la cristianización que se llevó a cabo hacia el siglo

XI.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El blogandante, Héderman Castro, aficionado culto a los temas de salud individual y colectiva nos llama la atención sobre esta importante información que divulgamos aquí. Por supuesto, no se trata de un cáncer político, y cómo matarlo de hambre. Éste es otro cantar, y al respecto pueden leer los demás blogs de la red Escuela Ciudad Blanca. N de la R.


¿DE QUÉ SE ALIMENTA EL CÁNCER?

Es valiosa esta información, igual, algunos no lo van aplicar, pero es mejor que la conozcan:

Años después de estar diciendo a la gente que la quimioterapia es la única manera de tratar y eliminar el cáncer, John Hopkins Hospital finalmente comenzó a decirnos que hay otra alternativa..

CANCER POR JOHN HOPKINS HOSPITAL
1) Cada persona posee células cancerígenas en el cuerpo. Estas células cancerígenas no aparecen en los pruebas standard hasta que se multiplican en algunos billones. Cuando los doctores dicen a sus pacientes con cáncer que ya no encontraron células de cáncer en sus cuerpos después de tratamiento, esto significa que los exámenes no pueden detectar estas células en su tamaño detectable.

2) Las células cancerígenas aparecen entre 6 y hasta más de 10 veces en la vida de una persona.

3) Cuando el sistema inmunológico de una persona es fuerte, este destruye las células cancerígenas y previene su multiplicación y la formación de tumores.

4) Cuando una persona tiene cáncer, esto indica que tiene múltiples deficiencias nutricionales. Esto puede ser genético, ambiental, alimenticio o factores del estilo de vida.

5) Una forma de combatir la múltiple deficiencia nutricional, es cambiando la dieta e incluir suplementos alimenticios que refuercen el sistema inmunológico.

6) La quimioterapia consiste en envenenar células cancerígenas de rápido crecimiento, pero esto implica que se envenenan también células sanas de rápido crecimiento en la médula ósea, tracto intestinal, etc., y pueda causar daño a órganos como el hígado, riñones, corazón, pulmones, etc..

7) La radioterapia mientras destruye células cancerígenas, quema, deja cicatrices y daña células sanas, tejido y órganos.

8) Los tratamientos iniciales con quimioterapia y radioterapia frecuentemente reducen el tamaño de los tumores. Sin embargo, el uso prolongado de quimioterapia y radiación resulta en no más destrucción de tumores.

9) Cuando el organismo se llena de demasiada carga tóxica proveniente de quimioterapia y radiación, el sistema inmunológico se ve comprometido o se destruye, por lo tanto la persona puede sucumbir a diferentes tipos de infecciones y complicaciones.

10) La quimioterapia y la radiación, pueden causar que las células cancerígenas muten y se vuelvan resistentes y su destrucción se dificulte. La cirugía puede también causar que las células cancerígenas se propaguen a otros sitios.

11) Una manera de combatir el cáncer, es dejar que las células cancerígenas se mueran de hambre, al no ser alimentadas con comida que necesitan para su multiplicación.

CELULAS CANCERIGENAS SE ALIMENTAN DE:

a) El Azúcar es alimentadora del cáncer. Cortando el azúcar se corta con un importante suplemento alimenticio para el cáncer. Sustitutos del azúcar como NutraSweet, Equal, Spponful, etc. están hechos con Aspartame y este es dañino. Un mejor substituto natural puede ser la miel de abeja, pero en una pequeña cantidad. La sal de mesa contiene químicos que la hacen de color blanco. Una mejor alternativa es la sal de mar.

b) La leche causa que el cuerpo produzca mucosa, especialmente en el tracto gasto-intestinal. El cáncer se
alimenta de mucosa. Cortando la leche y sustituyéndola por Leche de Soya sin azúcar, las células cancerígenas comienzan a morir de hambre.

c) Las células cancerígenas prosperan en ambientes ácidos. Una dieta basada en carne es alta en ácido, lo mejor es comer pescado y algo de pollo que comer carne de res o cerdo. La carne también contiene antibióticos, hormonas y parásitos, lo cual es muy dañino, especialmente en gente con cáncer.

d) Una dieta hecha de 80% de vegetales frescos y jugos, granola, semillas, nueces y algo de fruta, ayuda a poner el cuerpo en un ambiente alcalino. El 20% restante puede ser hecho de comida cocinada incluyendo frijoles. El jugo de vegetales frescos (jugo de zanahoria obtenido con un extractor, fortalece el sistema inmunológico) provee enzimas vivas que son rápidamente absorbidas y pueden alcanzar niveles celulares en 15 minutos que nutren y aumentan el crecimiento de células sanas. Para obtener enzimas vivas que construyan células sanas, trata de tomar jugo de vegetales frescos y comer algunos vegetales crudos de 2 a 3 veces al día. Las enzimas se destruyen a temperaturas de 40 grados centígrados.

e) Evita el café, té y chocolate, que contenga alta cafeína. El green tee es una mejor alternativa y tiene propiedades que luchan en contra del cáncer. Toma agua purificada o de filtro, el agua de la llave contiene tóxicos y altos niveles de metal. El agua destilada es ácida, evítala.

f) La proteína en la carne es difícil de digerir y requiere muchas enzimas digestivas. La carne sin digerir permanece en el intestino y se pudre convirtiéndose en más residuos tóxicos.

g) Las paredes de las células cancerígenas están cubiertas de resistente proteína. Comiendo menos carne se liberan más enzimas que atacan a las paredes de proteína de las células cancerígenas y permite que el cuerpo produzca células que matan a las células con cáncer. Algunos suplementos ayudan a reconstruir el sistema inmunológico (IP6, Essiac, antioxidantes,vitaminas, minerales, EFAs, etc.).

IMPORTANTE
1) El cáncer es una enfermedad de la mente, el cuerpo y el espíritu. Un espíritu positivo ayuda al enfermo de cáncer a sobrevivir. La ira, el rencor y el resentimiento pone al cuerpo en un ambiente acido y de tensión. Aprende a tener un espíritu de amor y perdón. Aprende a relajarte y a disfrutar la vida.

2) Las células de cáncer no prosperan en un ambiente oxigenado. Haciendo ejercicio diario y respirando profundo ayuda a llevar oxigeno al nivel de las células. La terapia de oxigeno es otra manera utilizada para combatir las células de cáncer.

El John Hopkins Hospital hace las siguientes recomendaciones:

1.-No usar recipientes de plástico en el microondas.
2.- No colocar botellas de agua en el congelador.
3.- No usar envolturas de plástico sobre recipientes en el microondas.
Al calentar el plástico en el microondas o poniéndolo en el congelador, se liberan dioxinas.
Las dioxinas son un químico que produce cáncer, especialmente cáncer de seno.
Las dioxinas envenenan las células de nuestro cuerpo.
Esta información, a su vez, ha estado circulando en Walter Reed Army Medical Center.

Recientemente, el Dr. Edward Fujimoto, director del programa Wellness en el Hospital Castle, estuvo en un programa de televisión donde explicó los riesgos para la salud. El habló de las dioxinas y lo malas que estas son para nosotros. Dijo que no debemos calentar nuestra comida en el microondas usando recipientes de plástico.

Esto aplica especialmente a los alimentos que contienen grasa. El dijo que la combinación de grasa, alta temperatura y plásticos, liberan dioxinas que van a los alimentos y por último, éstas entran a nuestro cuerpo.

El recomienda usar recipientes de vidrio, tal como corning ware, pyrex o cerámica para calentar la comida.

También dijo que se obtienen los mismos resultados pero sin la dioxina. Las comidas instantáneas que aparecen en televisión, sopas maruchan o instant, ramen, etc.; deben ser removidas de los plásticos contenedores y calentarlas en recipientes de vidrio.

Señaló que el papel no es malo, pero tú no sabes lo que contiene el papel. Lo más recomendable es usar vidrio templado, corning ware, etc.. Hace tiempo en algunos restaurantes de comida rápida se sustituyeron los contenedores de hielo seco (foam) por papel. La razón es por los problemas de la dioxina.

También señaló, que cubrir los recipientes con plástico tal como Saran, es tan peligroso cuando se colocan sobre los alimentos para ser calentados en el microondas. Las altas temperaturas causan que peligrosas toxinas se derritan del plástico y caigan en la comida. El recomienda usar servilletas de papel en su lugar.




lunes, 13 de diciembre de 2010

¿DÓNDE ESTA LA COMUNIDAD?

GIOVANNI MORA LEMUS

A esta altura del año es necesario hacer una reflexión sobre la comunidad con la que las acciones de salud pública trabajan. Todos los días los diferentes profesionales de la red pública hospitalaria nombran y renombran esta palabra que a veces toma un sentido cliché, me refiero al término “comunidad”.

Los profesores y los estudiantes, los jóvenes, las personas de la tercera edad, la población en situación de desplazamiento forzado, los padres de familia, los usuarios, la población en condición de discapacidad, los afrodescendientes, los gitanos, los indígenas, todos, absolutamente todos los reducimos a la palabra comunidad.

El proceso de Gestión Social Integral (liderado por Integración Social y los Hospitales) Salud al colegio, Salud a su Casa, y todas las demás acciones de salud pública esperan y buscan con afán la participación de la comunidad.

Deseamos una comunidad educativa activa y propositiva, una comunidad barrial y vecinal que planee el futuro colectivo del vecindario y de la localidad, un papel protagónico de los usuarios de los hospitales, en fin, a la palabra comunidad, siempre le sumamos automáticamente el término participación.

El problema es que en muchas ocasiones la comunidad se hace invisible o mejor nos imaginamos una comunidad o pero aún nos imaginamos una comunidad que participa. En ocasiones la comunidad toma cuerpo en algunos líderes que dicen hablar por la comunidad, que dicen conocer los problemas y las soluciones de la comunidad.

Cuando nos encontramos con estos líderes sentimos cierto alivio y creemos que efectivamente la comunidad está ahí, en ellos, en ese puñado de hombres y mujeres. Sin embargo, por momentos la participación de las instituciones distritales es mayor que la de la propia comunidad y en seguida nos preguntamos con cierto dramatismo ¿Dónde esta la comunidad?

Empieza la segunda década del presente siglo, el año entrante se cumplirán los primeros veinte años de la Constitución de 1991, la misma que nos impulsó a seguir hablando de participación y de comunidad. Se cumplen también los primeros tres años de la muerte del sociólogo Fals Borda uno de los mentores de las juntas de acción comunal.

Sin embargo, pese a las dificultades en el trabajo comunitario, a la baja participación, a nuestras imprecisiones, a nuestras imaginaciones y homogenizaciones de la idea de comunidad, esta bien preguntarse una y otra vez ¿Dónde esta la comunidad? La respuesta debe ser siempre y sin reparo alguno ¡vamos a buscarla!

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Con la cortesía intelectual habitual, Alpher Rojas y la Fundación Plural comparten el discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el premio Nobel de Literatura en Estocolmo. Mario es un escritor que está ligado a los inicios literarios juveniles de muchos de nosotros, que empezamos leyendo "La Ciudad y los Perros", y su magnífico ensayo "Historia de un Deicidio", sobre su compañero de letras y política, cuya amistad se disolvió a trompadas.

Aquí, Mario testimonia su transformación política y recuerda su vida en primera persona, a la vez que habla de la sustancia que está hecha la literatura propia y ajena, a la vez que comparte el porqué de su desamor por la revolución cubana, pero guarda silencio, notable, sobre el desastre neoliberal en América Latina, ysobre tantas otras cosas que laceran la existencia colectiva de este continente, a la vez que se da trazas para elogiar la barbarie de los conquistadores, porque según él, los peruanos están hechos de todas las sangres como lo proclamó un inmenso escritor, José María Arguedas, quien no se resistió al suicidio. N de la R.

Elogio de la lectura y la ficción

Discurso de recepción del Nobel por Mario Vargas Llosa


"Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible."



Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d'Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.

Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.

No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma -la escritura y la estructura- lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.

Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.

Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca.

Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real.

Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú.

Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julien Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido.

Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos -aunque nunca llegaremos a alcanzarla- a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy -que trato de ser- fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Rével, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general De Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina.

Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudo democracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir.

No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman "las raíces", mis vínculos con mi propio país -lo que tampoco tendría mucha importancia-, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si -el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan- el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de Estado que aniquilara nuestra frágil democracia.

Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de "todas las sangres". No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y a la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso -triste consuelo- descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo.

Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del "otro", siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban "el pie ajeno" -lindo y triste apelativo-, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebés al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal.

Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño -la llamábamos el Barrio Alegre-, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: 'Mario, para lo único que tú sirves es para escribir".

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir.

Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia.

"Escribir es una manera de vivir", dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante.

A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas -rayos, truenos, gruñidos de las fieras-, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas.

Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad.

Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.