sábado, 30 de julio de 2011

DEBATE "LA GUERRA DE LOS CALLADOS".

Abrimos este espacio de reflexión y debate, con ocasión del seminario internacional sobre la calidad de la democracia, recordando las inquietudes intelectuales de Guillermo O´Donnell, y en particular la importancia y significación de los partidos. Allí estuvo el colega David Roll, quien nos comparte un artículo sobre los partidos, con el cual abrimos una discusión sobre el caracter perecedero de esta forma política, y la polémica en torno a si la democracia requiere de éstos, y si lo fuera, de qué democracia es de la que hablamos. N de la R.

La defensa de los indefendibles

29 de Julio de 2011

Por: David Roll

El miércoles concluyó un seminario internacional, celebrado en Cartagena de Indias, organizado por dos entidades del Estado Español, (Fiiapp y Aecid), dedicado a los partidos políticos latinoamericanos y a su papel en lo que hace unos años ha venido en llamarse Calidad de la Democracia. El punto central del encuentro de expertos y líderes políticos fue determinar cuáles han sido los logros de los partidos, y sobre todo señalar cuáles son sus desafíos para que tengamos democracias más legítimas, menos corruptas y más eficaces en la solución de problemas.

La primera gran conclusión del evento es algo que pocos saben fuera del mundo académico o de expertos en el tema: que las democracias latinoamericanas llevan más de un cuarto de siglo viviendo el mejor momento de su historia. La segunda conclusión fue que ese éxito se debe sobre todo a los partidos políticos, porque fueron ellos los que lideraron transiciones a las democracias donde hubo dictaduras, o los que generaron procesos de modernización donde no las había pero eran necesarios, como es el caso de Colombia con la Constitución de 1991.

Lo paradójico es que la tercera conclusión importante del evento señala que a pesar de que esas democracias se consolidaron y mejoraron en la mayoría de los casos, y de que los partidos fueron los principales protagonistas, lo cierto es que en todas las encuestas que se hacen en Latinoamérica los partidos siempre quedan en último lugar de confianza ciudadana.


El Instituto del Pensamiento Liberal del Partido Liberal Colombiano también participó en el seminario, y en representación del Secretario General de la Internacional Socialista presentamos una ponencia donde expusimos como en especial los partidos socialdemócratas habían sido los grandes protagonistas de estos cambios democráticos, pues mientras algunos partidos de derecha habían apoyado muchas veces a las dictaduras o a gobiernos autoritarios y algunos partidos de izquierda apostaron por modelos alternativos pero no democráticos como el cubano, la Internacional Socialista siempre fue una Internacional de la democracia, especialmente en Latinoamérica.

Pero de nada sirvió esta exposición, ni la del presidente de la democracia cristiana latinoamericana o de otros académicos y lideres que defendieron el papel de los partidos. El auditorio en sus preguntas demostró que no estaba muy lejos de la estadística mencionada sobre el bajo nivel de confianza de los ciudadanos en los partidos, y nos desafiaron abiertamente a que hiciéramos un balance negativo de los logros de los partidos y a que no fuéramos triunfalistas sino catastrofistas. Probablemente usted lector esté con ellos también y me haga las mismas preguntas, y solo le puedo responder lo que allí dijimos:

En primer lugar, reconocimos la tesis de que los latinoamericanos creen en la democracia pero no creen en los partidos. Pero en segundo término afirmamos que siendo tan evidente la necesidad de partidos para las democracias (porque esto ningún demócrata lo discute), hay sin duda que inventar algunas nuevas formas de interacción entre los partidos y los ciudadanos. Dijimos, en tercer lugar, que esa nueva dinámica debes ser responsabilidad de los partidos, pero también de los ciudadanos, pero sobre todo del Estado, quien debe promover políticas públicas para que los partidos se fortalezcan, logren acercarse legítimamente a sus electores y cumplan mejor ese papel de actores colectivos imposible de delegar a otros en una democracia.

Es muy difícil la defensa de los indefendibles partidos políticos, pero yo la asumo con la misma seguridad que un médico le inyecta una vacuna a un niño que lo mira con resentimiento. Y le pregunto por último al lector: ¿no será que resulta más cómodo señalar a los partidos como únicos responsables de no haber solucionado los problemas de esta Latinoamérica pobre, inequitativa, excluyente, y ahora sobre todo insegura, que afrontar colectivamente ese gran desafío?



www.davidrollcienciapolitica.com

viernes, 22 de julio de 2011

Texto remitido por la doctorante colombiana Ginneth E. Narváez, quien reside actualmente en la ciudad de Quito, y adelanta estudios superiores en FLACSO. N de la R.


De vientos y rebeliones

Fabricio Guamán

Viernes 27 de mayo 2011


¡Próxima estación: “Plaça Catalunya”!

Era la parada donde yo tenía que quedarme. El metro se detuvo y se abrieron las puertas y cientos de personas iniciamos nuestros respectivos trayectos. Había que tener claro el destino siguiente, sea otra ruta de metro, sea la puerta de salida correcta, sea una conexión del ferrocarril.

Yo tenía que salir de este mundo subterráneo, lleno de serpientes metálicas que transportan miles de personas de un lugar a otro por las entrañas de la tierra. Reconocí el acceso y me dirigí a salir. Ya se escuchaban los ruidos de una ciudad que nunca duerme. Las gradas daban directamente a la Rambla, calle emblemática que lo recorren de arriba a abajo miles de personas cada día.

Era normal salir del metro y encontrarse con un tumulto de gente, cientos de personas que iban y venían, la mayoría turistas que, con mapa en mano, recorrían la rambla, se dirigían al centro de la ciudad o hacia la playa. La mayoría transitaba por las vitrinas de los grandes almacenes, algunos entraban, otros miraban, pero todos con el deseo de estar a la moda y no apartarse de la imagen de pertenecer al primer mundo. Miles de anuncios, enormes pancartas, sonidos estridentes, coches de lujo, personas de lujo. Todo con el mismo mensaje: “compra y entra al único mundo posible”.

Cruzando la calle estaba la plaza. Era la misma plaza que se la cruza apurado, sin pensar más que en las preocupaciones o las deudas; se la atraviesa lo más rápido posible para evitar congestiones y llegar a tiempo a su destino. Pero hoy, ya no era esa plaza vacía, silenciosa y de cemento. Crucé la calle y entré a otro mundo.

Son las 9 de la noche, aún con un sol queriendo despedirse, que ilumina y calienta, comienza el cacerolazo. Miles de personas hacen escuchar su indignación.

Estamos en Plaza Cataluña, van a ser diez días que este lugar céntrico y emblemático de la ciudad de Barcelona se ha transformado en un lugar de encuentro de miles de personas que, de manera espontánea, han decidido por construir colectivamente, de manera solidaria, recíproca y complementaria, otro mundo, más justo, más humano y más real.

El ruido producido por todo tipo de instrumentos se hace escuchar y con las manos en alto y el corazón compartido anuncian un día más de sueños realizados y un día menos de sueños imposibles e impuestos. Era un abrazo inmenso lleno de dignidad.

Con un calor algo inusual para esta época, la plaza se encontraba con una, también inusual, alegría que desbordaba a todos sus extremos.

Levanto la mirada y me detengo, que no suele ser muy común, y leo uno de tantos carteles que cuelgan por todas partes: “La plaza es nuestra”.

Y sigo caminando, deteniéndome, contagiándome, y leo otro: “Vamos lento porque vamos lejos”, y otro y otro: “Si no nos dejan soñar, no les dejaremos dormir.” “Power to the people”. “¡Nous sommes indignés!”. “Sólo hay dos clases de políticos, los que roban y los que esperan para robar”. “Sólo faltas tú” “¡Hoy reflexionamos, mañana también! Paciencia!”

El viento recorría suavemente por los cientos de carpas instaladas, y por los techos improvisados para cubrirse del fuerte sol o de las posibles lluvias. Al parecer todo era desorden y caos, pero la realidad era diferente. La plaza tenía una disposición muy bien pensada y organizada para que cada actividad tenga su espacio y su autonomía. Habían dividido la plaza en otras plazas más pequeñas, como un mundo dentro de otro mundo. Y le habían puesto un nombre digno, como el caso de la Plaza Tahrir, conmemorando la revuelta egipcia, o Plaza Islandia, como agradecimiento a ese pueblo que le dijo NO a los poderes financieros mundiales, y se negaron a pagar las deudas de los bancos. Los espacios de la plaza habían sido repartidos dando prioridad para que la gente se encuentre, se detenga, se reúna, reflexione y actúe.

De pronto, el cacerolazo terminó. Miles de personas, de todas las edades y condiciones se dispusieron a sentarse en disposición circular. Sonaron los megáfonos anunciando el inicio de la Asamblea General del día. Una a una, cada comisión iba presentando los frutos de su trabajo de aquel día. Un trabajo asambleario, horizontal y verdaderamente participativo que me llenó de un aprendizaje enorme. Como una anciana decía en una de tantas reuniones espontáneas que se daban: “ En estos días he aprendido y desaprendido lo que en mis tantos años de escuela, colegio y universidad”. Así, por ejemplo, la comisión de actividades compartía que en horas de la mañana se realizaron talleres de pintura y juegos con los cientos de niños y niñas que acudían a la plaza con sus padres, madres, abuelos, abuelas, hermanos, hermanas, todas indignadas pero alegres. También se escuchó que se comenzó a sembrar, luego de las adecuaciones del espacio para el huerto, a un extremo de la plaza. Y efectivamente recordé que el día anterior un grupo de personas nos habíamos trasladado a una casa ocupada y transformada en centro social, y pudimos traer tierra, palos, herramientas y semilla. Anunciaron el éxito de la marcha que se realizó a horas de la tarde por las calles de la ciudad en contra de los recortes al sector salud que pretende realizar el gobierno. También la comisión de contenidos expuso las diferentes reflexiones que se realizaron a lo largo del día en torno a diferentes temas como, por ejemplo, la educación, la salud, el medio ambiente, el consumo, la energía nuclear, la democracia, los saqueos en países hermanos a nombre del desarrollo, entre otros. También las comisiones de comunicación, de convivencia, de cocina, de limpieza, de resistencia, entre otras, compartían su camino.

Todos y todas escuchaban con atención y emoción al ver reflejado su esfuerzo de reflexión y de acción. De a poco cada comisión también iba construyendo la agenda del día siguiente, los asamblearios proponían y se formaban nuevas subcomisiones para cada propuesta. Se anunció, por ejemplo, que para el día domingo, se tenía previsto la presencia de algunas agrupaciones musicales de toda Europa que venían a compartir su música de manera desinteresada y solidaria. En estos espacios a nadie se le decía que su propuesta era imposible, a nadie se le interrumpía la palabra, a nadie se le negaba soñar. El sueño era colectivo y real.

En menos de una semana, esta gente indignada, alegre y rebelde, construyó otro mundo. Un mundo repleto de ilusiones, de sueños, de colores, de sabores, de olores tan diversos como dignos. La cocina se convirtió en el espacio para compartir momentos de trabajo pero también de enseñanza y aprendizaje. Se preparó las comidas para miles de personas. Cada día el menú sorprendía por su exquisitez, su sabor y su calidad. Casi todo hecho con los productos de las huertas ecológicas y solidarias de toda Barcelona y por las contribuciones de familias. Además había tres cocinas solares que sorprendían por su eficiencia y por su sencillez. No había que pagar nada, sólo se tenía que llevar su plato, su cuchara y su vaso, eso sí, evitando producir basura. La comisión de medio ambiente se encargaba de reciclar los envases, de fomentar la reducción del consumo de estos materiales, de poner tachos para separar los desperdicios. El material orgánico se iba al huerto que ya comenzaba a tomar forma. Había unas bicicletas que las personas se turnaban para hacer girar las ruedas y producir energía para que la consola entone su música. Avanzada la noche, se formaban grupos improvisados de música, de teatro, de malabares, todos transmitiendo alegría y esperanza. Ya para dormir se disponía de miles de carpas e incluso algunos habían adecuado sus camas encima de los árboles de esta plaza tan particular.

Cada persona, organización, colectivo, asociación tenía su espacio, con la única condición de no ser parte de ningún partido político ni tener relaciones con bancos, empresas privadas o que tenga un mensaje excluyente.

La gente estaba indignada, pero no lo exteriorizaban en odio, rencores ni violencia, más bien al contrario, todo era alegría y solidaridad. Sabían que la respuesta a la crisis era esa gran vía colectiva.

Y como decía otro cartel: “Vale la pena encontrarse”. Y como decía alguien por ahí: “las lecciones de dignidad los dan los más pequeños”.

Mi abuelo me solía decir cuando salíamos al bosque: “la selva puede parecer muy tranquila o puede mostrarse muy violenta, eso va a depender de cómo sean tus pasos.”

Y continuaba diciendo, mientras preparaba su tabaco: ”nuestros pasos son como nuestra vida, se vive como si estuviéramos siempre en peligro. Siempre hay que tener cuidado donde uno pone su huella, pero también es importante saber cómo se marca esa huella.”

Sin duda, ahora, a más de 9 mil kilómetros de distancia, hay muchas huellas que recorrer y reconocer.

Desde tierras catalanas

miércoles, 20 de julio de 2011

UNA CARTA DE DENUNCIA PÚBLICA. La interlocución es con Roberto Steiner. N de la R. Esperamos comentarios al respecto.


Bogotá D.C., julio 20 del 2011



Doctor
ROBERTO STEINER
Centro de Investigación Económica y Social-FEDESARROLLO
DIRECTOR
Ciudad



Estimado Dr. Steiner:


Permítame elevar mi más sentida protesta por la forma como se organizó, por parte de FEDESARROLLO, el reciente evento de lanzamiento de la "Plataforma Latinoamericana de Conocimiento sobre Políticas de la Urbanización", los días 18 y 19 del presente mes.


Entendemos que una iniciativa de esta envergadura, en torno a un tema de tanta sensibilidad para el desarrollo de nuestros pueblos, y enmarcada en el
programa “Urbanization Knowledge Platform” de un organismo multilateral como el Banco Mundial, debería realizarse en un escenario de fácil acceso, público y masivo, capaz de vincular a la mayoría de los ciudadanos interesados en el tema.


Sin embargo, FEDESARROLLO decidió realizarlo en el exclusivo Club Metropolitan de la ciudad de Bogotá, localizado en la calle 76 No 2-68 Este, una dirección social y físicamente inaccesible para la mayoría de los ciudadanos. De esta forma, un evento de esta naturaleza pareciera estar exclusivamente diseñado para cinco familias bogotanas y un grupo selectos de técnicos.


Le agradeceríamos evaluar estos aspectos para una próxima oportunidad, garantizando así que la gestión de una entidad como FEDESARROLLO está efectivamente orientada a la democratización de la información, en apoyo de una Colombia mucho más igualitaria y respetuosa de sus ciudadanos.


Atentamente.



Martha Olivier Páez


C.C Todos mis contactos.


viernes, 15 de julio de 2011

Desde Abajo ha vuelto a publicar esta entrevista con Rubén Jaramillo Vélez. Nos remitió el texto completo el profesor e investigador Juan Carlos García Lozano, quien se dedica al estudio de las clases subalternas y la intelectualidad orgánica. Aquí reproducimos la primera de tres partes. N de la R.


Rubén Jaramillo Vélez: “Me siento un modesto divulgador”

MARTES, 21 DE JUNIO DE 2011. DESDE ABAJO

El profesor Rubén Jaramillo Vélez ha impartido sus clases de filosofía por más de tres décadas en la Universidad Nacional. Su estatura intelectual va de la mano de su pasión docente y de su ethos civil. Consagró la mejor parte de su vida a la publicación de la Revista “Argumentos”, en la que se divulgó en nuestro país importantes obras de la Escuela de Fráncfort y la filosofía clásica alemana. Reproducimos un fragmento de una entrevista realizada por “Babel” de Medellín, 1995 –Víctor Bustamante Cañas, Juan Carlos Celis Ospina y Omar Urán– cedida generosamente a “Cuerpo de Letras”.

P - ¿En qué año se va usted para Alemania?


RJV - En 1965. Yo había estudiado en la universidad cuatro años alemán con una excelente profesora que también enseñaba en el Instituto Goethe. Para mí era muy importante aprender alemán, porque había estudiado filosofía y me daba cuenta de que las traducciones no daban la talla... Estudié con Danilo Cruz Vélez, quien también era un gran impulsor de la filosofía alemana, sentía por él una gran admiración y seguía sus cursos con gran interés... Ya había leído algunos autores alemanes. Leí mucho a Nietzsche, desde muy joven, comencé a leerlo a los 18 años, una experiencia muy significativa para mí. Antes de irme para Alemania ya había comenzado a leer en el original las primeras páginas del Zarathustra. Tuve una crisis muy profunda cuando me metí a un seminario sobre la Fenomenología del Espíritu de Hegel y no entendí absolutamente nada.


P - ¿Pero, lo terminó o no?


RJV - Asistí durante todo el invierno al seminario, pero sólo después de que terminó el seminario me fui al “Apparat” –la biblioteca que organizan para cada seminario– y me puse a repasarlo, a leer todos los protocolos, las actas de las discusiones durante las sesiones. Leyendo a Hegel me tocaba dibujar las frases para no perderme respecto del sujeto, por ejemplo, o del predicado; para no perder nada de esa endemoniada sintaxis alemana… Tuve una crisis muy profunda, llegué a pensar que no iba a ser capaz. Pero además, es que yo llegué a Berlín exactamente en el momento cuando comenzó la revuelta…

P - ¿Y cómo fue eso?


RJV - Unos meses antes, tal vez en diciembre de 1964, habían organizado algunos estudiantes una manifestación frente a la sede del Concejo de Berlín contra Moisés Tshombe, el político congolés a quien se le adjudicaba la responsabilidad por el asesinato de Patricio Lumumba… Ese, me parece, fue el inicio del movimiento estudiantil en Berlín. Pero además, en la primavera del 65 los americanos comenzaron a bombardear el territorio de la República Democrática de Vietnam. Se produjo entonces una convergencia de diversos factores con los que afectaban específicamente a la vida académica, que condujo finalmente al estallido de la revuelta durante el semestre de verano. Justamente cuando llegué se inició, comenzaron a surgir Rudy, Rabehl y otros jóvenes que rápidamente se convertirían en los líderes de la misma.

P - ¿Era básicamente un movimiento de jóvenes, no se da una relación orgánica con otro tipo de partidos?


RJV - Se pueden registrar algunos antecedentes en el movimiento pacifista de la segunda mitad de los años cincuenta contra el rearme atómico (porque Adenauer había dicho que la bomba atómica no era más que “una artillería mejorada”). También en el movimiento contra la prohibición del partido comunista en el año 56. Había una izquierda liberal, los escritores daban expresión a cierto malestar… Marcuse dijo en una entrevista que le hicieron a raíz de mayo del 68 que el movimiento alemán había tenido unos siete años de preparación.

En efecto, a comienzos de los sesenta, por ejemplo, empezaron a surgir los “asistentes”, individuos que habiendo terminado ya sus estudios le colaboraban a los ordinarios, a los profesores, y que jugaron un papel clave en la gestación del movimiento. Jóvenes académicos radicales, como Klaus Meschkat (que estuvo en Medellín, a comienzos de los setenta, como profesor de sociología); como Ekhardt Krippendorf, como Johannes Agnoly, asistente del profesor Kurt Flechtheim, el historiador del partido comunista alemán durante la República de Weimar… Fueron estos jóvenes intelectuales quienes comenzaron a luchar contra el olvido y contra las tendencias restauradoras, autoritarias, que impregnaron la “Era Adenauer”: se propusieron rescatar el pasado y propugnaron por una democratización de la sociedad y la universidad.

P - ¿Qué tiene que ver Daniel el Rojo?

Él es de origen alemán...


RJV - Daniel Cohn-Bendit nunca tuvo ninguna importancia como ideólogo, como si la tuvo Rudy Dutschke, por ejemplo, que era un individuo de condiciones excepcionales, un tipo fuera de lo común... Una vez lo vi cuando llegaba a la biblioteca de la universidad a devolver nueve libros y a sacar otros tantos… Tenía todas las obras de Marx subrayadas en cuatro o cinco colores, conocía el ruso –incluso el ruso medieval– y trabajaba como asistente-investigador en el Instituto para la Europa Oriental de la Universidad Libre de Berlín… Otros dirigentes estudiantiles de gran formato eran Bernd Rabehl y Wolfgang Lefevre, a quien no lo querían dejar graduar porque polemizaba y tomaba partido contra Max Weber en su tesis…

P - ¿Conoció en algo la diferencia entre el movimiento juvenil alemán y francés?


RJV - No, nunca tuve suficiente intimidad con el movimiento francés. Los desarrollos de mayo del 68 en París los seguí a través de la TV. Pero en Alemania había comenzado tres años antes, en el 65.

P - ¿Eran mucho más maduros en Alemania?


RJV - Intelectualmente más maduro, la gente era mucho más sólida, mejor formada. Rudy Dutschke había crecido en la República Democrática Alemana (la comunista), de joven había querido ser periodista de deportes. Se vino de la RDA para Berlín occidental y no quería saber nada del marxismo. Pero lavando platos en el Hotel Hilton se encontró con un húngaro que había sido discípulo de Lukács. Fue ese húngaro el que le mostró la diferencia entre Marx y Stalin. Rudy, Bernd Rabehl, Klaus Meschkat, Wolfgang Lefevre, eran individuos sumamente serios, muy formados y estudiosos.

P - ¿Tuvo problemas Adorno con el movimiento estudiantil del 65 al 68?


RJV - Me atrevo a pensar que hubo algo de filisteísmo de su parte: él llamó a la policía para que ocupara el Instituto, inclusive su infarto se relacionaba con eso…

P - ¿Habermas cerró el instituto?


RJV - No fue Habermas, fue el mismo Adorno quien llamó a la policía. En cierta ocasión una estudiante se quitó la blusa frente a Adorno mientras impartía una lección y le mostro los pechos. Se desconcertó mucho y unos meses más tarde, en el verano del 69, sufrió un infarto fatal. Estaba relativamente joven, tenía sólo 66 años. El manifestó por entonces que nunca había sospechado que hubiera gente que quisiera realizar su modelo teorético con base en bombas molotov…

En esa época se dijeron cosas muy desafortunadas. Horkheimer participó como orador principal en la “semana de la amistad con los Estados Unidos” en el 67 o en el 68, en medio de la campaña contra la guerra de Vietnam, y llegó a decir que el Vietcong era un movimiento fascista… Ahora recuerdo el momento en que la profesora Margarita von Brentano, una gran intelectual que me enseñó a leer a Marx y a Hegel, protestó contra todo ello en el Auditorio máximo de la Universidad Libre de Berlín y manifestó su desacuerdo con lo que estaba diciendo Horkheimer, puntualizando que no se podía hablar indiscriminadamente contra la violencia porque había sido la violencia del ejército rojo la que había liberado a Alemania, de la dictadura hitleriana. También se publicó por entonces un libro con el título La Izquierda le Responde a Habermas, porque éste se había referido a algunos manifestantes del movimiento estudiantil –del cual y en parte con razón era muy crítico– con una expresión muy desafortunada: Linker Fascismus (“Fascismo de Izquierda”).

Ellos se encontraban entre dos fuegos porque Kurt Georg Kissinger el canciller de la República Federal en esa época, llegó a decir públicamente que “no habían faltado seductores de la juventud entre los profesores alemanes” y en razón del anticomunismo furibundo que imperaba en Alemania durante ese tiempo era muy grande el efecto que esto podía producir. El rechazo era mucho mayor frente a un Herbert Marcuse…

P - ¿Hasta que murió?


RJV - Sí, es el que más cerca siento, el que más me impresionó y quien dejó en mí una huella muy honda fue en realidad Marcuse. Además le conocí personalmente.

P - ¿Por qué la lectura de la llamada Escuela de Fráncfort en el país es tan tardía?


RJV - Yo creo que la recepción de la filosofía radical alemana del siglo XX en Colombia y en el mundo hispanoamericano es muy tardía, por la sencilla razón de que estos pensadores tuvieron un renacimiento apenas a mediados de los años 60. Quiero decir con ello que su desconocimiento durante lustros, la postergación de su difusión y de su efecto fue una consecuencia de la dictadura de Hitler, y de la guerra fría. Lo que había en filosofía en Alemania en los cincuentas era un trabajo epigonal de los discípulos de Heidegger, sólo en la década del sesenta volvió a aflorar una discusión que había comenzado cuarenta años antes, a consecuencia del movimiento estudiantil. Fue el movimiento estudiantil de los años sesenta el que rescató a estos pensadores. Recuerdo que a mediados de los sesenta, cuando yo estudiaba en Berlín, los miembros de la SDS –la liga de estudiantes socialistas– comenzaron a imprimir y difundir ediciones fotomecánicas de la Dialéctica de la ilustración.

En mi biblioteca tengo la primera edición, de 1947, de la Querido Verlag de Historia y Conciencia de Clase, en impresión fotomecánica. Ellos comenzaron a sacar los escritos de la Revista de Investigación Social en ediciones pirata, recuerdo que en las librerías cercanas a la universidad y frecuentadas por los estudiantes había todo un estante lleno de “Raubdrücke”, de ediciones piratas. Los textos clásicos de los veinte y comienzos de los treinta de Horkheimer, Adorno, Marcuse, Fromm, Wilhelm Reich, Siegfried Bernfeld –para no mencionar sino algunos nombres– se comenzaron a leer en fotocopias a mediados de los sesenta. Apenas a finales de la década la editorial Fischer editó una recopilación en dos volúmenes de los escritos de Horkheimer, que estuvo a cargo de Alfred Schmidt.


Bueno, en los años sesenta conocieron algunas traducciones de la Escuela de Fráncfort en Editorial Sur o Alfa…


jueves, 14 de julio de 2011

Historia política y social de la Subalternidad. MIRANDO AFRICA HOY

COLONIALISMO Y DIVISIÓN DEL SUDÁN


Miguel Angel Herrera Zgaib
Profesor Asociado
Ciencia Política, UNAL

Entre pasado y presente

Como resultado del referendo realizado en enero de este año, la población de Sudán del Sur, que tiene a Yuba como su capital, una población de religión católica y animista, votó la separación político-administrativa de Sudán del Norte, para gozar de autodeterminación plena.

Dicho referendum se había pactado con muchos años de anterioridad, sin que obtuviera aprobación interna y apoyo externo para su práctica. Sin embargo, la historia política detrás de esta división nos remite a la historia de esta porción de Africa durante el siglo XIX. La historia del colonialismo europeo en el continente de población mayoritaria negra.

El referente más cercano corresponde a la separación de Sudán de Egipto, hoy también un territorio en conflicto y en vía de solución su real situación política. Esta segregación se produjo con la intervención del imperialismo británico en 1882.

El resultado fue la primera separación, un tipo de apartheid, entre el norte y el sur. El norte era de mayoría árabe y musulmana, en tanto que el sur estaba poblado por 200 grupos nilóticos. La respuesta a esta separación colonialista condujo a una insurrección política en la ciudad de Khartum, que lideró Mahdí. Fue exitosa y condujo a la decapitación de la autoridad inglesa, Charles Gordon.

El tiempo del Apartheid

En seguida se hizo clara la disputa por estos territorios entre Gran Bretaña y Francia. La primera quería conectar su imperio colonial uniendo El Cairo y El Cabo, mientras que a su turno, Francia quería conectar su colonia, en el Golfo de Guinea, esto es, Duala con Yibutí en el Mar Rojo.

El Sudán estaba en el medio, una ubicación estratégica similar a Afganistán para el vasto terrritorio de Asia. La batalla de Omdurman contra los mahdistas de Sudán del Norte fue ganada por un poderoso ejército a la cabeza de Lord Kitchener, y se produjo la ocupación de la ciudad de Fashoda/rebautizada Kodok.

Gran Bretaña separó al norte del sur, prohibiendo la circulación del movimiento poblacional durante treinta años. El sur para entonces tenía una población religiosamente mixta, animistas y católicos de cristianización franco belga.

El desenlace

Durante los años 50 se produce la salida de los británicos. Se impone la autoridad de la población de religión musulmana, con el acuerdo de realizar un referendum en el sur. Esto no ocurre, y estalla un levantamiento en Yuba, sur de Sudán en 1983, y la guerra civil, encubierta de guerra religiosa duró 21 años, con intervención de vecinos africanos, y potencias occidentales.

De esta guerra intestina quedaron más de 2 millones de muertos, hasta que se produjeron los Acuerdos de Paz en el año 2005 con mediación internacional. Y el colofón político administrativo de este proceso de paz se cierra con el referendum que condujo a la creación de una nueva nación. Es el primer estado que nace en el curso del tercer milenio, la cual reabre la posibilidad que haya otros referenda en el mundo, empezando por lo reclamado por el país Vasco durante tantos años, y el reconocimiento de Palestina por la comunidad de las naciones.

A propósito de España ya hubo este mismo año un hito significativo, el triunfo de la coalición Bildu, de izquierda nacionalista, a contramano del aplastante triunfo electoral de la derecha conducida por el Partido Popular. Y en relación con Palestina, la unificación de las dos fuerzas políticas principales, y la citación para actualizar la creación del nuevo estado en septiembre con la fuerte oposición de Israel y sus aliados.

La crisis del Norte de Africa arrojó un fruto inesperado, y tiene repercusiones en otros lugares vecinos al Mediterráneo, a donde se ha trasladado el protagonismo de las multitudes. Y vuelve a ser importante repasar su historia, y claro, el monumental trabajo realizado por Ferdinand Braudel al que los romanos de la república imperial llamaran mare nostrum .

domingo, 10 de julio de 2011

Una importante reflexión de este profesor de Brown University, que envía para nuestra consideración Luis Mejía desde New York. Es una pieza publicada originalmente en NYT. Es un tópico que por supuesto, atraerá igualmente a practicantes de la psiquiatría como a psicoanalistas, y al común de la gente afectada por una época depresiva, tal y como lo recordaron Deleuze y Guattari; y éste en particular fue una suerte de publicista del denominado Esquizo-análisis en respuesta contraria al Edipo, y lo que implicaba, según él, para la terapia, la clínica del psicoanálisis. N de la R.
ANTIDEPRESSANTS
By PETER D. KRAMER

PROVIDENCE, R.I.

IN terms of perception, these are hard times for antidepressants. A number of articles have suggested that the drugs are no more effective than placebos.

Last month brought an especially high-profile debunking. In an essay in The New York Review of Books, Marcia Angell, former editor in chief of The New England Journal of Medicine, favorably entertained the premise that “psychoactive drugs are useless.” Earlier, a USA Today piece about a study done by the psychologist Robert DeRubeis had the headline, “Antidepressant lift may be all in your head,” and shortly after, a Newsweek cover piece discussed research by the psychologist Irving Kirsch arguing that the drugs were no more effective than a placebo.

Could this be true? Could drugs that are ingested by one in 10 Americans each year, drugs that have changed the way that mental illness is treated, really be a hoax, a mistake or a concept gone wrong?

This supposition is worrisome. Antidepressants work — ordinarily well, on a par with other medications doctors prescribe. Yes, certain researchers have questioned their efficacy in particular areas — sometimes, I believe, on the basis of shaky data. And yet, the notion that they aren’t effective in general is influencing treatment.

For instance, not long ago, I received disturbing news: a friend had had a stroke that paralyzed the right side of his body. Hoping to be of use, I searched the Web for a study I vaguely remembered. There it was: a group in France had worked with more than 100 people with the kind of stroke that affected my friend. Along with physiotherapy, half received Prozac, and half a placebo. Members of the Prozac group recovered more of their mobility. Antidepressants are good at treating post-stroke depression and good at preventing it. They also help protect memory. In stroke patients, antidepressants look like a tonic for brain health.

When I learned that my friend was not on antidepressants, I suggested he raise the issue with his neurologists. I e-mailed them the relevant articles. After further consideration, the doctors added the medicines to his regimen of physical therapy.

Surprised that my friend had not been offered a highly effective treatment, I phoned Robert G. Robinson at the University of Iowa’s department of psychiatry, a leading researcher in this field. He said, “Neurologists tell me they don’t use an antidepressant unless a patient is suffering very serious depression. They’re influenced by reports that say that’s all antidepressants are good for.”

Critics raise various concerns, but in my view the serious dispute about antidepressant efficacy has a limited focus. Do they work for the core symptoms (such as despair, low energy and feelings of worthlessness) of isolated episodes of mild or moderate depression? The claim that antidepressants do nothing for this common condition — that they are merely placebos with side effects — is based on studies that have probably received more ink than they deserve.

The most widely publicized debunking research — the basis for the Newsweek and New York Review pieces — is drawn from data submitted to the Food and Drug Administration in the late 1980s and the 1990s by companies seeking approval for new drugs. This research led to its share of scandal when a study in The New England Journal of Medicine found that the trials had been published selectively. Papers showing that antidepressants work had found their way into print; unfavorable findings had not.

In his book “The Emperor’s New Drugs: Exploding the Antidepressant Myth,” Dr. Kirsch, a psychologist at the University of Hull in England, analyzed all the data. He found that while the drugs outperformed the placebos for mild and moderate depression, the benefits were small. The problem with the Kirsch analysis — and none of the major press reports considered this shortcoming — is that the F.D.A. material is ill suited to answer questions about mild depression.

As a condition for drug approval, the F.D.A. requires drug companies to demonstrate a medicine’s efficacy in at least two trials. Trials in which neither the new drug nor an older, established drug is distinguishable from a placebo are deemed “failed” and are disregarded or weighed lightly in the evaluation. Consequently, companies rushing to get medications to market have had an incentive to run quick, sloppy trials.

Often subjects who don’t really have depression are included — and (no surprise) weeks down the road they are not depressed. People may exaggerate their symptoms to get free care or incentive payments offered in trials. Other, perfectly honest subjects participate when they are at their worst and then spontaneously return to their usual, lower, level of depression.

THIS improvement may have nothing to do with faith in dummy pills; it is an artifact of the recruitment process. Still, the recoveries are called “placebo responses,” and in the F.D.A. data they have been steadily on the rise. In some studies, 40 percent of subjects not receiving medication get better.

The problem is so big that entrepreneurs have founded businesses promising to identify genuinely ill research subjects. The companies use video links to screen patients at central locations where (contrary to the practice at centers where trials are run) reviewers have no incentives for enrolling subjects. In early comparisons, off-site raters rejected about 40 percent of subjects who had been accepted locally — on the ground that those subjects did not have severe enough symptoms to qualify for treatment. If this result is typical, many subjects labeled mildly depressed in the F.D.A. data don’t have depression and might well respond to placebos as readily as to antidepressants.

Nonetheless, the F.D.A. mostly gets it right. To simplify a complex matter: there are two sorts of studies that are done on drugs: broad trials and narrow trials. Broad trials, like those done to evaluate new drugs, can be difficult these days, because many antidepressants are available as generics. Who volunteers to take an untested remedy? Research subjects are likely to be an odd bunch.

Narrow studies, done on those with specific disorders, tend to be more reliable. Recruitment of subjects is straightforward; no one’s walking off the street to enter a trial for stroke patients. Narrow studies have identified many specific indications for antidepressants, such as depression in neurological disorders, including multiple sclerosis and epilepsy; depression caused by interferon, a medication used to treat hepatitis and melanoma; and anxiety disorders in children.

New ones regularly emerge. The June issue of Surgery Today features a study in which elderly female cardiac patients who had had emergency operations and were given antidepressants experienced less depression, shorter hospital stays and fewer deaths in the hospital.

Broad studies tend to be most trustworthy when they look at patients with sustained illness. A reliable finding is that antidepressants work for chronic and recurrent mild depression, the condition called dysthymia. More than half of patients on medicine get better, compared to less than a third taking a placebo. (This level of efficacy — far from ideal — is typical across a range of conditions in which antidepressants outperform placebos.) Similarly, even the analyses that doubt the usefulness of antidepressants find that they help with severe depression.

In fact, antidepressants appear to have effects across the depressive spectrum. Scattered studies suggest that antidepressants bolster confidence or diminish emotional vulnerability — for people with depression but also for healthy people. In the depressed, the decrease in what is called neuroticism seems to protect against further episodes. Because neuroticism is not a core symptom of depression, most outcome trials don’t measure this change, but we can see why patients and doctors might consider it beneficial.

Similarly, in rodent and primate trials, antidepressants have broad effects on both healthy animals and animals with conditions that resemble mood disruptions in humans.

One reason the F.D.A. manages to identify useful medicines is that it looks at a range of evidence. It encourages companies to submit “maintenance studies.” In these trials, researchers take patients who are doing well on medication and switch some to dummy pills. If the drugs are acting as placebos, switching should do nothing. In an analysis that looked at maintenance studies for 4,410 patients with a range of severity levels, antidepressants cut the odds of relapse by 70 percent. These results, rarely referenced in the antidepressant-as-placebo literature, hardly suggest that the usefulness of the drugs is all in patients’ heads.

The other round of media articles questioning antidepressants came in response to a seemingly minor study engineered to highlight placebo responses. One effort to mute the placebo effect in drug trials involves using a “washout period” during which all subjects get a dummy pill for up to two weeks. Those who report prompt relief are dropped; the study proceeds with those who remain symptomatic, with half getting the active medication. In light of subject recruitment problems, this approach has obvious appeal.

Dr. DeRubeis, an authority on cognitive behavioral psychotherapy, has argued that the washout method plays down the placebo effect. Last year, Dr. DeRubeis and his colleagues published a highly specific statistical analysis. From a large body of research, they discarded trials that used washouts, as well as those that focused on dysthymia or subtypes of depression. The team deemed only six studies, from over 2,000, suitable for review. An odd collection they were. Only studies using Paxil and imipramine, a medicine introduced in the 1950s, made the cut — and other research had found Paxil to be among the least effective of the new antidepressants. One of the imipramine studies used a very low dose of the drug. The largest study Dr. DeRubeis identified was his own. In 2005, he conducted a trial in which Paxil did slightly better than psychotherapy and significantly better than a placebo — but apparently much of the drug response occurred in sicker patients.

Building an overview around your own research is problematic. Generally, you use your study to build a hypothesis; you then test the theory on fresh data. Critics questioned other aspects of Dr. DeRubeis’s math. In a re-analysis using fewer assumptions, Dr. DeRubeis found that his core result (less effect for healthier patients) now fell just shy of statistical significance. Overall, the medications looked best for very severe depression and had only slight benefits for mild depression — but this study, looking at weak treatments and intentionally maximized placebo effects, could not quite meet the scientific standard for a firm conclusion. And yet, the publication of the no-washout paper produced a new round of news reports that antidepressants were placebos.

In the end, the much heralded overview analyses look to be editorials with numbers attached. The intent, presumably to right the balance between psychotherapy and medication in the treatment of mild depression, may be admirable, but the data bearing on the question is messy.

As for the news media’s uncritical embrace of debunking studies, my guess, based on regular contact with reporters, is that a number of forces are at work. Misdeeds — from hiding study results to paying off doctors — have made Big Pharma an inviting and, frankly, an appropriate target. (It’s a favorite of Dr. Angell’s.) Antidepressants have something like celebrity status; exposing them makes headlines.

It is hard to locate the judicious stance with regard to antidepressants and moderate mood disorder. In my 1993 book, “Listening to Prozac,” I wrote, “To my mind, psychotherapy remains the single most helpful technology for the treatment of minor depression and anxiety.” In 2003, in “Against Depression,” I highlighted research that suggested antidepressants influence mood only indirectly. It may be that the drugs are “permissive,” removing roadblocks to self-healing.

That model might predict that in truth the drugs would be more effective in severe disorders. If antidepressants act by usefully perturbing a brain that’s “stuck,” then people who retain some natural resilience would see a lesser benefit. That said, the result that the debunking analyses propose remains implausible: antidepressants help in severe depression, depressive subtypes, chronic minor depression, social unease and a range of conditions modeled in mice and monkeys — but uniquely not in isolated episodes of mild depression in humans.

BETTER-DESIGNED research may tell us whether there is a point on the continuum of mood disorder where antidepressants cease to work. If I had to put down my marker now — and effectively, as a practitioner, I do — I’d bet that “stuckness” applies all along the line, that when mildly depressed patients respond to medication, more often than not we’re seeing true drug effects. Still, my approach with mild depression is to begin treatments with psychotherapy. I aim to use drugs sparingly. They have side effects, some of them serious. Antidepressants help with strokes, but surveys also show them to predispose to stroke. But if psychotherapy leads to only slow progress, I will recommend adding medicines. With a higher frequency and stronger potency than what we see in the literature, they seem to help.

My own beliefs aside, it is dangerous for the press to hammer away at the theme that antidepressants are placebos. They’re not. To give the impression that they are is to cause needless suffering.

As for my friend, he had made no progress before his neurologists prescribed antidepressants. Since, he has shown a slow return of motor function. As is true with much that we see in clinical medicine, the cause of this change is unknowable. But antidepressants are a reasonable element in the treatment — because they do seem to make the brain more flexible, and they’ve earned their place in the doctor’s satchel.

Peter D. Kramer is a clinical professor of psychiatry at Brown University.

miércoles, 6 de julio de 2011

El colega javeriana Pablo Alfonso leyó esta nota en La Prensa, y la remitió para divulgarla, en consideración a la importancia del historiador Eric Hobsbawn, un notable estudioso de las revoluciones burguesas y del capitalismo mundial. Nacido en Egipto, no le tocó vivir la más reciente insurrección, pero en cambio, si ha sido Hobsbawn testigo de buena parte de lo acontecido en el siglo XX. Él vivió en Berlín, Viena y desde hace muchos años en Londres. N de la R.

Cultura

LA TENTACIÓN DEL MARXISMO

Se editó en la Argentina "Como cambiar el mundo", de Eric Hobsbawn. En su libro, el historiador inglés recopila sus más de cincuenta años de trabajo en torno a Karl Marx. La obra muestra la evolución del movimiento que alentó el filósofo alemán desde fines del siglo XIX hasta la actualidad.
La tentación del marxismo

El pensador inglés Eric Hobsbawm, el más famoso de los historiadores actuales, reúne en su libro "Cómo cambiar el mundo" más de cincuenta años de trabajos en torno al marxismo, haciendo eje en la relación de Karl Marx con el movimiento obrero y la influencia de sus ideas desde 1880 hasta la actualidad.

La perplejidad que provoca todavía la crisis financiera mundial desatada en 2008 parece haber provocado un resurgimiento de la economía clásica: al calor de este fenómeno se puede leer el éxito obtenido por este nuevo libro del autor de "Historia del siglo XX", que se convirtió en best seller inmediato en Europa.

EVOLUCION E IMPACTO

"Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo (1840-2011)", recién editado en la Argentina por el sello Crítica, recoge a lo largo de cuatrocientas setenta páginas ensayos o prólogos escritos entre 1956 y 2009 que según el propio autor se pueden leer como un estudio de "la evolución y el impacto póstumo de Marx (y de su inseparable Friedrich Engels)".

La obra, que comienza con un texto sobre "Marx hoy" y acaba con otro sobre la relación entre Marx y el movimiento obrero organizado, ofrece una primera parte con una serie de trabajos sobre las obras e ideas políticas de Marx y Engels, y una segunda dedicada a la evolución del marxismo y su influencia desde 1880 hasta la actualidad.

Hobsbawm es el mayor historiador marxista vivo, portador además de una infatigable curiosidad intelectual que lo ha llevado a escribir sobre los temas más diversos, desde la Revolución Francesa hasta el jazz, sin olvidar su exhaustivo recorrido por la historia del siglo XX.
Casi centenario -nació en 1917 en Egipto en el seno de una familia judía y se educó en Viena y Berlín antes de huir a Londres tras la llegada al poder de Adolfo Hitler-, se lo puede ver con asiduidad en la Royal Opera House londinense o asistiendo a algún debate en el Instituto Cervantes de esa capital.

"Brevemente, si un pensador dejó una profunda marca indeleble en el siglo XX, ése fue él", sostiene Hobsbawm acerca de Marx y recuerda que a setenta años de su muerte "un tercio de la humanidad vivía bajo regímenes en manos de partidos comunistas, los cuales sostenían que representaban sus ideas y realizaban sus aspiraciones".

"Hoy la cifra es todavía de un veinte por ciento, si bien los partidos gobernantes, con excepciones menores, han cambiado dramáticamente sus políticas", apunta en el libro.

PENSADOR CLAVE

La colección de textos reunidos, si bien no tiene carácter inédito, contribuye a un mejor entendimiento y valoración de la obra del autor del Manifiesto Comunista, que si bien erró muchas de sus previsiones sigue siendo un pensador clave para entender el desarrollo capitalista.
Otro ítem remarcable es el ensayo sobre el marxista italiano Antonio Gramsci, cuya mayor contribución al pensamiento de la izquierda es precisamente, señala Hobsbawm, su condición de "pionero de una teoría marxista de la política".

Hobswaum explica también que aunque Marx y Engels escribieron mucho sobre política, ambos fueron más bien reacios a desarrollar una teoría general en ese campo, sobre todo por no considerarla como una actividad autónoma, a diferencia del pensador italiano.

El pensador no oculta la satisfacción que le produce, después de la caída del comunismo, el reconocimiento, incluso por parte de personas provenientes de corrientes políticas contrarias a sus ideas, de la actualidad de Marx, ya no como profeta pero sí al menos como instrumento de análisis.

A propósito de las especulaciones acerca de que el derrumbe financiero de 2008 puede señalar el comienzo del fin del capitalismo tal como lo hemos conocido, Hobswaum sostiene que ha culminado ese período de veinticinco años (desde el centenario de la muerte de Marx) durante el que pareció que el autor de "El capital" había perdido su relevancia: "Una vez más, ha llegado el momento de tomarse a Marx en serio", anuncia.

¿Qué tipo de oportunidad supone la actual turbulencia financiera? El autor de "La era del imperio" se limita a observar que, a diferencia de la década de 1930, ""los socialistas no pueden señalar ejemplo alguno de regímenes comunistas o socialdemócratas inmunes a la crisis ni tienen propuestas realistas de cambio socialista".