sábado, 24 de julio de 2010

En la reflexión sobre el Bicentenario de la Independencia, el profesor e investigador Juan Carlos García Lozano escribió este texto originalmente publicado en El Tiempo.com al conmemorarse una vez más el 20 de julio. Este texto es un anticipo de los tópicos que serán tratados en el curso sobre Subalternidad y Contra-hegemonía en Colombia, 1780-1854, programado para este segundo semestre en la carrera de Ciencia Política en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia, en la sede principal, Bogotá.


LAS IMPRECISIONES POLÍTICAS DEL 20 DE JULIO

Juan Carlos García

Profesor de la Universidad Nacional de Colombia. Grupo de Investigación Presidencialismo y Participación. jcgarcialo@unal.edu.co


En primer lugar, se dice que el 20 de julio fue el grito de Independencia de Colombia. Si entendemos Independencia como autonomía política y administrativa de España, Colombia sólo fue independiente con la victoria patriota en la batalla de Boyacá el 7 de agosto de 1819. Para que llegáramos a la Independencia hubo que pasar por la guerra insurreccional contra España.

Formar un Ejército de desheredados comandado por el Libertador Simón Bolívar, contar con un proyecto político republicano y liquidar las desigualdades sociales representadas todas ellas en la esclavitud y la servidumbre del 95% de la población, unos 700 mil habitantes. Tal proceso no se dio el 20 de julio de 1810, pues los ilustrados no querían hacer la guerra ni pensaban en la República y mucho menos en los esclavos.

Segunda imprecisión

La entidad política que el 20 de julio de 1810 anuncia la Independencia de España se llama, y se siguió llamando así, Nueva Granada. No se llamó Colombia, justamente porque a dicho conato de Independencia le hizo falta una ideología republicana, anticolonial, revolucionaria, que no tenía ni podía tener, y el imaginario de los ilustrados, literatos y abogados que impulsaron dicho grito se afincó en una mentalidad colonial que tres siglos de “tiranía”, como la llamó Bolívar, no podía borrarse con anuncios, emplazamientos y discursos al estilo de José Acevedo y Gómez. Sólo la guerra enseñó cómo se forja entre batallas una ideología republicana, una “democracia de cuartel” según lo expresara Antonio García Nossa en uno de sus ensayos de crítica histórico social.

El 15 de febrero de 1819 en el Congreso de Angostura, seis meses antes de la batalla de Boyacá, se institucionaliza lo que se llamará para la gloria de Bolívar la Republica de Colombia, en la proyección que por entonces hizo de un vasto territorio que cubriera la antigua Venezuela y Nueva Granada. Para 1820 y 1821 se sumó Ecuador y Panamá al proyecto histórico de realizar una gran República, la patria de todas las patrias, al decir de Leopoldo Zea. Este nombre también daba honor a sus padres históricos, pues Colombia es el proyecto venezolano originado en la genialidad del precursor Francisco de Miranda.

Así pues para el 20 de julio de 1810 la entidad política llamada Colombia no existe y menos el nombre en el verbo encendido de los criollos de Santa Fe, Cartagena, Mompox o Tunja. La República de Colombia es un proyecto que viene de Venezuela y es, como enseñó Bolívar, “hija de la guerra”. Sin la guerra social librada no hubiera existido la República ni la Independencia, afirmaba Indalecio Liévano Aguirre en su renovadora interpretación de la historia nacional. Y fue por no saber hacer la guerra que el general Pablo Morillo ajustició en la horca a los letrados de Santa Fe en 1816, como Camilo Torres, salvándose algunos al huir a los Llanos como lo hizo Francisco de Paula Santander, en prisión otros por desear ser libres como Antonio Nariño o muriendo en la selva mientras huían del terror español como aconteció con José María Carbonell.

Tercera imprecisión

La institución colonial por excelencia fue la esclavitud, esto es, la subordinación y la explotación de los negros al poder del blanco conquistador. Al repasar el proceso del 20 de julio de 1810 y los sucesos que le siguieron, no se modificó la esclavitud ni la servidumbre, pues muchos de quienes respaldaron el grito de Independencia en Santa Fe, Tunja o Cartagena sólo veían en ello la oportunidad para seguir dominando sobres sus vasallos, peones, aparceros y siervos en las haciendas y en las minas, ahora, sin la tutela ni los impuestos de España.

Los sucesos del 20 de julio anuncian la igualdad de los derechos, es cierto, pero para los criollos, para los letrados, para los ilustrados, todos blancos, un 5% de la población a los sumo. No ocurrió así para los indígenas, negros o grupos subalternos como aparceros y mineros. La guerra insurreccional es la que despierta el deseo de liberar a la servidumbre y a los esclavos, en parte porque se requieren soldados, y porque como lo enseñó Bolívar: si se habla de libertad y se deja en la esclavitud a las montoneras no se hace ninguna Independencia. En suma, el grito del 20 de julio de 1810, su epopeya discursiva y jurídica, deja de lado la realidad social de la multitud excluida, el 95 por ciento de la población.

Estos tres puntos de análisis, la guerra, la República y la esclavitud, son los que el 20 de julio de 1810 no aborda. Para los letrados de entonces, como para los de ahora, la Independencia de España es una cuestión de semántica que se resuelve en la burocracia administrativa, con decretos. Los criollos habitantes de las pequeñas ciudades de Nueva Granada, (Santa Fe tendría 20 mil habitantes) vociferaron contra la representación política excluyente de España. Su deseo era ocupar los puestos de gobierno y representación, las juntas o los cabildos, lo que hicieron. No había ideología republicana alguna, porque los criollos granadinos no eran republicanos, como sí lo fueron los venezolanos, quienes también eran guerreros.

Legitimar un discurso jurídico y filosófico soberano, desde el poder, el de los letrados del 20 de julio se oculta, se desprecia un discurso subalterno de antagonismo social y de reivindicación igualitaria de los excluidos nacido de la guerra civil que la presencia de Simón Bolívar articuló en la Nueva Granada desde 1812 cuando con el Manifiesto de Cartagena anunció una verdad histórica: la Independencia de América significa la unión de América. Más aún, la unidad de América significa crear una gran República, Colombia.

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