domingo, 11 de septiembre de 2011


EL DEBATE DE LA CULTURA POLÍTICA Y LOS NUEVOS SUJETOS EN LA GLOBALIZACIÓN. NOTAS DE STUART HALL.

En una corresponsalía, Julián González, miembro del Seminario Teórico del Grupo Py P, y estudiante de la maestría en comunicación de la U.Javeriana nos convida a leer estos apartes del texto de Stuart Hall, uno de los activos intelectuales británicos, parte de la escuela de Birmingham, dedicada a los temas de la Cultura Política, desde una perspectiva crítico marxista.

Aquí recuerda Hall, primero, los lazos entre el pensamiento de Louis Althusser y su relación con el legado de Antonio Gramsci. Y luego él mismo se adentra en los problemas del estudio y sentido de la raza y la etnicidad tomando en consideración lo pensado por Gramsci.


Esta es una contribución a la preparación del VI Seminario Internacional A. Gramsci, que se desarrollará en la última semana de Octubre de 2011, bajo la responsabilidad del Grupo de Investigación Presidencialismo y Participación. Información en: presid.y.partic@gmail.com. N de la R.


El texto de Stuart Hall
LA IMPORTANCIA DE GRAMSCI PARA EL ESTUDIO DE LA RAZA Y LA ETNICIDAD.

¿Si Gramsci renunció a las simplicidades del reduccionismo, cómo fue
que emprendió un análisis más adecuado de la formación social? Aquí
nos puede ayudar un breve desvío, siempre y cuando nos movamos con
cautela. En Para leer el capital, Althusser —quien fue muy influenciado
por Gramsci— y sus colegas hacen una distinción crítica entre “modo de
producción”, que se refiere a las formas básicas de relaciones económicas
que caracterizan una sociedad, pero que es una abstracción analítica, ya que
ninguna sociedad puede funcionar sólo mediante su economía; y, por otrolado, lo que ellos llaman una “formación social”.


Al usar este último término
pretendían invocar la idea que las sociedades son por necesidad totalidades
estructuradas de manera compleja, con distintos niveles de articulación —las
instancias económicas, políticas e ideológicas— en distintas combinaciones;
y cada combinación da pie para el surgimiento de distintas combinaciones
de fuerzas sociales y, por ende, de diversos tipos de desarrollo social. Los
autores de Para leer El capital tendían a dar como característica distintiva de
una “formación social” el hecho que, dentro de cada una, más de un modo
de producción podía estar combinado. Pero, aun cuando esto sea cierto,
y puede tener consecuencias importantes —especialmente en sociedades
postcoloniales, lo que retomaremos más adelante—, no es, desde mi punto
de vista, el punto de diferenciación más importante entre los dos términos.

En las “formaciones sociales” uno está tratando con sociedades estructuradas
complejamente, compuestas de articulaciones económicas, políticas e
ideológicas en las que los distintos niveles de articulación ni corresponden
de alguna manera simple, ni se “reflejan” uno a otro, siendo en cambio, para
usar la oportuna metáfora de Althusser, “sobredeterminantes” de cada cual y
para cada cual (Althusser 1969).

Esta estructuración compleja de los distintos
niveles de articulación, y no, simplemente, la existencia de más de un modo
de producción, es lo que constituye la diferencia entre el concepto “modo
d
e producción” y la por necesidad más concreta e históricamente
específica
noción de “formación social”
Ahora, este último concepto es la concepción a la que Gramsci
se dirigía.
Eso es lo que él quería decir cuando proponía que la relación entre “estructura”
y “superestructura”, o el “paso” de cualquier movimiento orgánico histórico a
lo largo de toda una formación social era central en cualquier tipo de análisis
que no fuese reduccionista o economista. Plantear y resolver esa pregunta
implicaba conducir un análisis bien fundamentado sobre el entendimiento de
las relaciones complejas de sobredeterminación entre las distintas prácticas
sociales de cualquier formación social.

Este es el protocolo seguido por Gramsci cuando en “El príncipe moderno”
esboza su forma característica de “analizar situaciones”. Los detalles son
complejos y no pueden describirse aquí con todas sus sutilezas, pero es
importante plantear el esquema básico, así sea sólo para compararlo con una
aproximación más “economicista” o reduccionista.

Él consideraba esto como
“una exposición elemental de la ciencia y el arte de la política —entendida
como un cuerpo de reglas prácticas para la investigación y de observaciones
detalladas, útiles para despertar el interés en la realidad efectiva y para estimular
ideas más vigorosas y rigurosas sobre la política”— una discusión que,
añade él, debe tener un carácter estratégico.

Primero que todo, arguye él, uno debe entender la estructura fundamental,
las relaciones objetivas dentro de una sociedad o “el grado de desarrollo de las
fuerzas productivas”, ya que éstas plantean los límites y condiciones fundamentales
al contorno general del desarrollo histórico.

De aquí se desprenden
algunas de las principales líneas de tendencia que podrían ser favorables a
ésta o aquella línea de desarrollo. El error del reduccionismo es, entonces,
trasladar estas tendencias y constreñimientos de manera inmediata a sus
efectos políticos e ideológicos absolutamente determinados; o, de manera
alternativa, abstraerlos dentro de alguna “ley férrea de la necesidad”. De hecho,
éstas sólo estructuran y determinan en el sentido que definen el terreno sobre
el cual se mueven las fuerzas históricas. Pero no pueden, ni en primera ni
última instancia, determinar por completo
el contenido de las luchas políticasy económicas, y mucho menos fijar o garantizar objetivamente los resultadosde tales luchas.

El siguiente paso en el análisis es distinguir los movimientos históricos
“orgánicos”, destinados a penetrar profundamente en la sociedad y ser más
o menos duraderos, de los “movimientos más ocasionales, inmediatos y
casi accidentales”. A este respecto, Gramsci nos recuerda que una “crisis”, si
es orgánica, puede durar décadas. No es un fenómeno estático, sino, por el
contrario, uno que está marcado por el movimiento constante, la polémica,
la réplica, etc., que representan los intentos de los distintos lados por sobreponerse
a o resolver la crisis y hacerlo bajo términos que sean favorables a
largo plazo para su hegemonía.

El peligro teórico, arguye Gramsci, yace en
“presentar las causas como inmediatamente operativas cuando de hecho sólo
operan de manera indirecta, o en asegurar que las causas inmediatas son las
únicas efectivas”. El primero nos lleva hacia un exceso de economicismo; y
el segundo hacia un exceso de ideologismo (Gramsci estaba preocupado,
sobre todo, por los momentos de derrota, por la oscilación fatal entre estos
dos extremos, que en realidad se reflejan el uno en el otro de manera invertida).
Lejos de que exista la garantía “cuasinormativa” de que alguna ley de
la necesidad convertirá inevitablemente las causas económicas en efectos
políticos inmediatos, insistía en que el análisis sólo es exitoso y “verdadero”
si esas causas subyacentes se vuelven realidad. La sustitución del tiempo
condicional por la certeza positivista es crítica.

A continuación, Gramsci insistía en que la duración y complejidad de las
crisis no se pueden predecir de manera mecánica, ya que éstas se desarrollan
sobre largos períodos históricos; se mueven entre períodos de relativa
“estabilización” y períodos de cambio rápido y convulsionado. Por ende, la
periodización es un aspecto clave del análisis. Se mueve de manera paralela
con la anterior preocupación por la especificidad histórica. “Es precisamente el
estudio de estos ‘intervalos’ de frecuencia variable lo que permite reconstruir
las relaciones, por un lado, entre estructura y superestructura y, por otro, entre
el desarrollo del movimiento orgánico y el coyuntural en la estructura”.

Para Gramsci, en este “análisis” no hay nada mecánico ni preceptivo.
Una vez establecida la base para un esquema analítico dinámico e histórico,
Gramsci se vuelve al análisis de los movimientos de las fuerzas históricas
—“las relaciones de fuerza”—, el terreno de las luchas y desarrollos políticos
y sociales. Aquí introduce una noción crítica, y es que aquello que se busca
no es la victoria absoluta de éste sobre el otro, ni la incorporación plena de
un conjunto de fuerzas dentro de otras. Más bien, el análisis es un asunto
relacional, esto es, que debe resolverse relacionalmente, usando la idea del
“equilibrio inestable” o del “proceso continuo de formación y sucesión de
equilibrios inestables”. La pregunta crucial aquí es “las relaciones de fuerzas
favorables o desfavorables a ésta o aquella tendencia” (énfasis agregado).

Este énfasis en las “relaciones” y en el “equilibrio inestable” nos recuerda que las
fuerzas sociales perdedoras en algún período histórico no necesariamente
desaparecen del escenario de lucha, ni que en tales circunstancias la lucha se
suspenda. Por ejemplo, la idea de la victoria “absoluta” y total de la burguesía
sobre la clase obrera, o la de la incorporación plena de esta última dentro
del proyecto burgués son ajenas por completo a la definición de hegemonía
propuesta por Gramsci, aun cuando las dos se confunden con frecuencia
en los comentarios académicos. Lo que siempre importa es el equilibrio
tendencioso en las relaciones de fuerza.

A continuación, Gramsci diferencia las “relaciones de fuerza” en cada
uno de los momentos. Él no asume la existencia de una evolución teleológica
necesaria entre estos momentos. Lo primero tiene que ver con la valoración
de las condiciones objetivas que localizan y posicionan a las distintas fuerzas
sociales. Lo segundo se relaciona con el momento político: el “grado de
homogeneidad, autoconsciencia y organización lograda por las distintas
clases sociales” (Gramsci 1971: 181).

Lo importante aquí es que la así llamada
“unidad de clase” nunca se asume a priori. Se entiende que aun cuando las
clases comparten algunas condicionescomunes a su existencia, también
están atravesadas por intereses en conflicto y han estado segmentadas y frag
de clases es necesariamente compleja y debe ser producida —construida,
mentadas en el transcurso de su formación histórica.

Así pues, la “unidad” creada— como resultado de relaciones económicas, políticas e ideológicas.
Nunca puede ser tomada como algo automático o como algo “predeterminado”.
Junto con esta historización radical de la concepción automática de
clases empotrada en el corazón del marxismo fundamentalista, elabora aún
más la distinción planteada por Marx entre “clase en sí” y “clase para sí”. Se
da cuenta de las distintas fases a lo largo de las cuales pueden desarrollarse la
consciencia, la organización y la unidad de clase. Está el estadio “corporativo
económico”, en el que los grupos profesionales u ocupacionales reconocen
unos intereses comunes básicos pero son conscientes de que no existen otros
tipos de solidaridad de clase más amplios.

Después está el momento de “clase
corporativa”, en el que la solidaridad de intereses de clase se desarrolla, aunque
sólo en el campo económico. Por último, está el momento de “hegemonía”, que
trasciende los límites corporativos de la solidaridad puramente económica,
abarca los intereses de otros grupos subordinados, y comienza a “propagarse
a lo largo de toda la sociedad”, trayendo consigo la unidad intelectual y moral,
al igual que la económica y política, y “planteando también las preguntas
alrededor de las que ruge de forma encarnizada la lucha [...] creando así la
hegemonía del grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados”.

Este proceso de coordinación de los intereses de un grupo dominante
con los de otros grupos y con la vida del estado como un todo constituye la
“hegemonía” de un bloque histórico particular (Gramsci 1971: 182). Sólo en
tales momentos de unidad “popular nacional” la formación de lo que él llama
la “voluntad colectiva” se vuelve posible.

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