sábado, 22 de enero de 2011

CONVERSACIONES SOBRE LITERATURA Y SUBALTERNIDAD

En el programa de investigación del Seminario internacional A. Gramsci mantenemos un espacio de indagación y estudios en diversos tópicos. En los dos últimos seminarios se ha explorado de manera inicial la relación entre dos campos el literario y lo subalterno en la experiencia andina, colombiana e internacional. A partir de lo hecho aquí hay una ilustración en el diálogo que sostienen Juan Carlos y el codirector de Puente Levadizo a propósito de la independencia de Colombia y de la obra literaria de Gabo, en particular, sus comparaciones con tres personajes , reales y de ficción: Simón Bolívar, el coronel Aureliano Buendía y Cayetano Palma. N de la R.

Una respuesta y un cuestionamiento

Correspondencia del codirector de Puente Levadizo Miami/Bogotá.

Juan Carlos:

Hay un nivel de subalternidad fascinante, que es la que se da con respecto al amor, pues el amor ya sea recibido o dado es un bien que define la suerte de un individuo. A más amor, mayor ventaja en la vida; a más desamor, mayor desventaja para sortear las penas. Quienes hemos perdido a los progenitores a muy temprana edad, yo a mi padre a los seis años, sabemos lo que significa crecer sin esos puntales. El desamor por causa de muerte es tan abrumador para un niño, es como crecer frente a un gran abismo.

La orfandad como niño y luego como varón pone al individuo en una relación de subalternidad frente a quienes gozan del privilegio de ser amados. En este aspecto, Bolívar cumple apenas con la mitad de esa subalternidad, pues se quedó huérfano de madre a temprana edad, pero le sobraron tías en la hacienda, se quedó viudo, pero le sobraron amantes en sus campañas y palacios (no hay que olvidar que estaba con Manuelita cuando a su compañero de armas Santander se le ocurre mandar a sus esbirros al palacio de gobierno en Santafe a asesinarlo); de hecho hay quienes jocosamente aseguran que Bolívar se consumió como las velas, por el pabilo, de tanto que se singó cuanta mujer se le dio la gana al muy sinverguenza.

En el caso del soldado y luego Cabo Cayetano Palma, se trata de un huérfano que no perdió a su madre por una enfermedad ni accidente, sino que ella lo regala, lo rechaza, es una orfandad más profunda, es el caso de miles de niños abandonados en nuestro país, lo gamines, que desde antes de nacer ya son huérfanos; o sea que nacen con el estigma de un desamor profundo; además en la pobraza absoluta, no en la holgura de la hacienda como Bolívar, o en el seno de la gran casa paterna donde todo abunda, como el Coronel Aureliano Buendía. Luego, Cayetano nunca tuvo novia, la única mujer de la que se enamoró perdidamente, Polonia, nunca lo quiso como hombre, pues se enamoró ella de Alejo Sabarraín, y cuando Cayetano regresa a buscarla después de más de una década de guerras espantosas, se entera que se la fusilaron. Cayetano nunca probó hembra alguna.


En su virginidad, Cayetano representa la imposibilidad absoluta del amor que su condición entraña, como si su sino lo marcara; en él se cumple el destino del Jorobado de Nuestra Señora de París, de esos seres que siendo buenos, una cierta condición contrahecha de cierta forma los castra, como a eunucos, pero sin los privilegios que el eunuco tuvo en la sociedad de los sultanes.

A mí no me falta asombro ni admiración ante la vida de un personaje real como Bolívar, o literario como Aureliano Buendía, pero pensé siempre que reescribir el mito de Aquiles en nuestras diferentes versiones tropicales era trabajo de otros y se había hecho muy bien, y que ya era tiempo de enfocar el asunto desde la verdadera subalternidad. Me parece que nuestra literatura ha sido tradicionalmente ciega al dolor extremo de nuestras clases populares, que apenas lo pasea por sus páginas como un fantasma.

Por ejemplo esos seres sufridos de las caucherías en la medio autobiográfica Vorágine, resultan tan etéreos frente a la figura central del héroe que viene a la selva desde la ciudad, lo cual le confiere cierto estatus. Por qué no hubo nunca en nuestra literatura un gamín protagónico, como si lo hubo en la literatura estadounidense a través de Mark Twain?

Creo que la respuesta es que seguimos viendo nuestra sociedad con los ojos del hacendado, los escritores y críticos continuamos viendo al hacendado como héroe y máximo representante de la condición humana; el dolor del hacendado caído en desgracia nos sigue pareciendo el mayor dolor posible, aunque tengamos en frente de nuestras narices un dolor millones de veces mayor en la figura del esclavo, de la sirvienta, del mendigo.

Ya basta de escribir con los ojos cerrados a esa gran tragedia nacional que es la pobreza absoluta en que se ha mantenido a nuestro pueblo, ya basta de ignorar esa injusticia enseñoreada durante siglos. Como escritores o como críticos, en algún momento tenemos que parar de aplaudir a García Márquez y darnos cuenta que en nuestra literatura existe un gran agujero negro en el no existe la verdadera subalternidad, de alguna forma tenemos que caer en cuenta de que en nuestra visión monaguillesca del mundo.

No hemos tenido un Víctor Hugo con sus Miserables, ni un José Hernández con su Martín Fierro, precisamente porque nos han formado con tapaojos como a caballos. Caigamos en cuenta de que no obstante haber tenido excelentes escritores, a pesar de Gabo, o de los Nadaistas, o de Jorge Zalamea en la poesía, las letras colombianas han guardado un silencio cruel y cómplice.



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