CITA CON UNA AMIGA SECRETA EN VILLAVO
MIGUEL ANGEL HERRERA ZGAIB
Los que van a Villavo, supongo, con nostalgia añoran toparse con el sol de los venados. Entre ellos el poeta Eduardo Carranza. Eso pensé por estos días, cuando estuve invitado por un proyecto de la Oit de capacitación de trabajadores y jóvenes que aspiran a serlo.
Sol sigue habiendo pero sufre descarriado por el cambio climático, y venados habrá que buscarlos, imagino, llano adentro.
Lo que sí ví fue el nombre de Carranza, recordado en esta sede que queda a media hora de la capital del Meta. Allí son traídos y llevados sus estudiantes en buses todos los días.
En el hotel del Llano, cuando descansaba de una intensa jornada de juzgamiento, tuve ocasión de pensar en los amigos, que es el modo de concretar eso que los romanos llamaron amicizia, y de lo cual escribió un posmoderno, Jacques Derrida.
Antes que él, mucho tiempo ha, Séneca y Cicerón, estoicos, como entiendo que lo fue mi padre, en tiempos de la gran violencia, en Girardot, que podía ser, y no fue del todo, un remanso de paz.
Allí él recordaba a un amigo ido, Carrillo, valiéndose, dicen de la teosofía, en una noche calurosa, recostado en un catre, y habiendo libado alcohol en grado suficiente.
Entonces, sin sol y sin venados, seguía recordando al amigo. Sin la melodía profunda del curruco, ese instrumento que acompaña con resonancias ancestrales los cantos de vaquería, y las confesiones de los amigos entre el inmenso verdor y las montañas, donde lo que fue Colombia cuajó su independencia, hace 200 años.
Ahora en esta corta visita, siguiendo el rastro, dejé más de un amigo, y tuve tiempo para recordar a los de aquí, en un mismo país, Colombia, llena de tantos huérfanos, y de politicastros, que no tienen por amiga a la democracia.
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