lunes, 7 de marzo de 2011

Este es un tiempo más que propicio para la discusión pública después que venimos de un fiasco intelectual y político en los dos gobiernos del expresidente Uribe Vélez. Salomón proviene de una tradición de la izquierda marxista, como quiera que fue animador de los debates al interior de la tendencia trotskista en los años 70 y 80, en los tiempos de la agrupación Bloque socialista, y el proceso de construcción partidista que siguió a su disolución.

Después Kalmanovitz se ha dedicado a la investigación y la enseñanza en la educación superior, y ha sido decano de economía en la nueva universidad JT Lozano, después que terminó su paso por la Junta Directiva del Banco de la República. En el último tiempo ha sido un elocuente expositor del enfoque neo-institucional que tiene en el premio Nobel Douglass North, a un líder intelectual, y a la revista de Economía institucional del Externado una de las vocerías en ese enfoque. N de la R.


La ética de la discusión pública

Por: Salomón Kalmanovitz

LA MAYOR PARTE DE LOS ACADÉMIcos son reacios a participar en la discusión pública y quizá lo hacen para no correr los riesgos que ésta conlleva. Los aleja, aducen, de su compromiso con la ciencia y de pensar en el lenguaje especializado de las disciplinas.

En Colombia tenemos una rica tradición de intelectuales públicos, académicos en algunos casos, que critican o defienden posiciones de izquierda o de derecha y que se han visto afectados por la polarización que surge del conflicto interno.

El radicalismo de algunos los lleva a pensar la historia como un complot de sus enemigos y tienden a hacer acusaciones sin fundamento. Pero eso no debe llevar a la justicia a limitar la libre expresión de las ideas, pues el control seguramente va a ser peor que los posibles excesos de la libertad.

Los intelectuales públicos se desprenden de su lenguaje especializado e interpelan a capas amplias de la opinión pública en defensa de intereses generales o de segmentos amplios de la población. Ellos deben dar sus batallas con argumentos y pruebas que respaldan sus afirmaciones, aunque los que pertenecen a campos como la literatura o el periodismo pueden recurrir menos a la empiria, pero igual deben argumentar de manera razonada.

Algunos de sus contradictores, que no cuentan con sus credenciales, pero que defienden los intereses que se ven afectados por su crítica, recurren al argumento ad hóminen, contra la persona, que adornan con las más abominables características. Esto es bastante notable en nuestro medio, donde la democracia liberal no se ha podido desarrollar a fondo.

Si al nivel más alto, las discusiones se ven enlodadas por la agresión personal y por la acusación de estar al servicio del enemigo (las Farc o el imperialismo), lo que sucede en los foros de los periódicos es espeluznante. Este espacio es aprovechado por matones morales que insultan a los personajes de alguna noticia o degradan a los columnistas con acusaciones delirantes que sólo se explican por condiciones psicopáticas; no sólo recurren a la difamación de los escritores, sino que atacan su raza, religión, género, su hombría, a su madre o a su novia de manera obsesiva. Cunde allí la xenofobia, el sexismo, el antisemitismo, las calificaciones de arrodillados, cholos y homosexuales.

La personalidad del acosador en las discusiones o en los foros está marcada por la paranoia que se define como delirio de persecución: el mundo se polariza entre amigos y enemigos y trata de liquidar a los que no están con él. Queda sólo la intolerancia bruta.

Una anécdota sobre el senador Joseph McCarthy puede ilustrar la ética de la política. Cuando fue encontrado culpable en 1953 de haber urdido mentiras contra cientos de sus víctimas, a las que tildaba de aliados del comunismo, trató de contrarrestar las pruebas que lo habían condenado enlodando a sus jueces naturales. Uno de los senadores que llevaba el caso lo increpó con una frase lapidaria, cargada de la ética que debe mantener la discusión política: ¿es que no tiene usted un mínimo de decencia, senador?

Ese mínimo de decencia consiste precisamente en basarse en la verdad, en la argumentación razonada, en respetar al oponente y en separar estrictamente sus ideas de su persona y de sus familiares. ¿Será mucho pedírsela a los foristas?

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