miércoles, 19 de febrero de 2014

Un  homenaje  y un  descubrimiento

Cuando tenía algo más de 70 años,  un extraordinario poeta, y un notable narrador mexicano, José Emilio Pacheco, se descuidó de una caída, enredado entre sus libros, la más duradera de sus pasiones,  como testigo sin nostalgia del declive de la revolución, vista en la cotidianidad de la moderna ciudad de México, en las vecindades de la colonia Condesa. Aquí está un relato que honra esa obra, escrito por alguien que acaba de descubrirlo, y de qué modo despierta a sus sonoridades y a la fascinante sencillez de la que Pacheco, el otro "Pacheco"  hizo gala con inagotable generosidad. N de la R.


“ACABO DE CONOCER A JOSÉ EMILIO”

Pilar de Montfort

Un amigo me presentó a José Emilio, precisamente apenas unos días después de su muerte,  me sugirió disfrutar “las batallas”  en la portentosa obra del ensayista mejicano.

Su apellido me condujo a mi infancia, pues José Emilio tiene el apellido de un conocido de mi padre que yo admiraba mucho por su bondad y dedicación a los niños y a los animales en su programa Animalandia, que mi padre no se perdía por Pacheco, muy famoso en ese tiempo en mi país, al ser tildado el más ilustre de los presentadores de la naciente televisión colombiana.

Pero a José Emilio no le había oído mencionar, algo de no extrañar en mí,   pues paso mucho tiempo conmigo misma masticando viejas palabras y  los sinsabores de mi vida como si fueran golosinas, para poder entender esta maravillosa y misteriosa existencia, de modo, que no sé de muchos portentosos hombres de este tiempo, a pesar mío y de mi vergüenza.

Mas la docta experiencia en las letras de mi amigo me hizo correr a la puerta de José Emilio, y toqué con encono pero sutilmente, porque sabía por las palabras de mi amigo que iba al encuentro de un hombre genial.

Un espíritu abnegado, sencillo, bondadoso, de palabras concretas, elegantes y profundas me abrió la puerta. Lo vi en sus Batallas en el Desierto. El niño puro e inocente que se enamora de un imposible con verdadero amor, aquél que trae obsesión y hace romper cualquier molde para alcanzar la voz y la piel del amado, haciendo extraña y complicada su existencia desde el principio, ya que se enamoró de la mamá de su amigo, una  joven y bella compañera de placer de un magnate político de la época, adúltera,  que al parecer terminó muerta al no comulgar con la insolente injusticia social de su amante.

No lo supo el hombre José Emilio, si fue cierta la muerte de su amada infantil. Y a lado de tan cruenta historia abraza llanamente la historia política, social y moral de su tiempo y país. Todo un suculento relato reducido a 64 páginas.

Sonreí con suma alegría ante tan bello e inesperado encuentro. Pues no creo mucho en los escritores de este tiempo,  me parecen más interesados en hablar, hablar y repetir frases célebres para impresionar por su erudición que en poner su corazón y cerebro para enseñar o al menos, endulzar horas de otros, mientras arda su madera iluminando el entendimiento ajeno, como escribió José Emilio, de una vida que vale la pena ser vivida, como la suya.
De modo que corrí a su sala, su corazón, su poesía. Y como un legado, recibí su Reposo del Fuego, y cada poema en el que iba avanzando se llevaba de mí toda mi admiración. Qué metáforas, qué profundidad en las bellas y concisas palabras para enseñar lo invisible, lo eterno, lo inmutable del devenir.

Y me dije, después de suspirar profundamente, este poeta superó a su compatriota Octavio Paz, y pensé, Heráclito es una vida anterior de Pablo Emilio, en esta nueva  vida triunfó en su poética que lleva enlazada la filosofía del prístino pensador griego.

Yo quería darle un beso en su mano al Emilio escritor, para agradecerle tanta humildad y sabiduría presentada con tanta sencillez y belleza, en estos tiempos de vanidades y vanaglorias.  También quería disculparme por mi ignorancia, por no haber bebido en su lírica antes de marcharse.  Eso dicen, que murió el 26 de enero de 2014.

Yo no creo. Al contrario, sé que vivirá tanto como ha vivido Neruda, Nervo, Rilke, Schiller, Baudelaire, Petrarca, mi amado Barba Jacob, y todos los poetas u hombres que han amado y vivido en la lucha, muriendo a cada instante por sus principios, convicciones y querencias.

También quería darle gracias a mi amigo, por eso le escribí estas notas.

Bogotá D.C., 5.13 a.m. del 11 de Febrero de 2014”

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