El mundo | Domingo, 27 de junio de 2010
ESCENARIO
La prueba
Por Santiago O’Donnell
El martes pasado, en punto a las ocho de la mañana, el mayor retirado de la Policía Nacional colombiana Juan Carlos Meneses se presentó en el consulado de su país en Buenos Aires, frente a la Plaza San Martín, para ratificar su denuncia contra el hermano del presidente y presentar la prueba. *
Antes de entrar parecía inquieto. En el bar de la esquina contó que su familia en Colombia había sufrido seguimientos y amenazas. De traje y corbata, espalda contra la pared, tomaba jugo de naranja mirando para todos lados. Pidió que lo acompañen hasta la puerta del consulado y que lo esperen a la salida. Venía a testificar en una causa en la cual casi todos los testigos están muertos. El miedo casi se podía tocar.
Declaró durante cuatro horas y quince minutos ante el fiscal delegado del Tribunal Superior, Hernando Castañeda, que había viajado a Buenos Aires para recibir el testimonio de Meneses en el marco de la causa 13609A, caratulada “Conformación de grupos al margen de la ley y concierto para delinquir”. Después salió, cambió dos veces de taxi y se refugió en su escondite, antes de partir de regreso a Venezuela, donde Naciones Unidas le reconoce status de refugiado político.
Respondía así a una citación de la Fiscalía General de Colombia para ratificar su testimonio del mes pasado, también en Buenos Aires, ante un grupo de juristas convocados por el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Ante ellos Meneses había acusado a Santiago Uribe Vélez, hermano del presidente de su país, de haber formado y financiado a un notorio grupo paramilitar de los años ’90, los llamados Doce Apóstoles, en la localidad de Yarumel, estado de Antioquia.
Según Meneses, el grupo mixto de policías y paramilitares operaba desde la finca La Carolina, propiedad de Santiago Uribe, y los jefes policiales de la zona recibían un canon mensual para dejar actuar a los Doce Apóstoles y proveer al grupo de armas y apoyo logístico. También dijo que el mismo Santiago le transmitió que su hermano, el presidente Alvaro Uribe Vélez, le había dado cobertura política y judicial a los crímenes de los Doce Apóstoles, primero como senador por Antioquia y luego como gobernador del estado.
Meneses además admitió que liberó la zona para siete crímenes cometidos por los Doce Apóstoles, según él, por orden de Santiago Uribe. Los crímenes ocurrieron durante los meses de 1993 en los que Meneses fue jefe policial de Yarumel. Dijo que en un caso se abstuvo de actuar en un asesinato cometido por uno de los paramilitares en el medio de la calle, a plena luz del día, a pocos metros del cuartel policial. Dijo que en otro caso la ejecución extrajudicial de un supuesto extorsionador buscado por los Doce Apóstoles derivó en una masacre donde murieron el buscado y su padre y fueron baleados dos menores de edad.
La prueba que Meneses le trajo al fiscal es una conversación que el arrepentido le habría grabado en secreto a su viejo jefe, el coronel Pedro Manuel Benavídez, en la que hablan de Santiago Uribe. El uso del modo potencial responde a que aún no ha sido sometida a peritajes judiciales para verificar que la voz que aparece es la del coronel y que la cinta no ha sido adulterada.
De todos modos es la prueba que presenta el mayor Meneses ante la Justicia colombiana. Coincide además con un testimonio de identidad reservada en la causa, que a su vez coincide con testimonios de familiares de víctimas que aparecen en el informe Nunca Más elaborado por organismos no gubernamentales de Colombia.
Todos ellos acusan a Santiago Uribe de tener nexos con los Doce Apóstoles. Será la Justicia colombiana la que determine el valor de la conversación entre el mayor y el presunto coronel, grabada claro está sin el consentimiento de una de las partes. Pero lo que se dice en esa cinta no deja de ser interesante.
Meneses presentó dos pruebas más, ambas para demostrar su cercanía con el presidente colombiano. Primero, una foto del 2002 que lo muestra posando sonriente junto a Alvaro Uribe delante de la Basílica del Señor de los Milagros de Buga. Segundo, dos certificados de las condecoraciones que le dio Uribe en 1996 y 1997, cuando todavía era gobernador. “Creo que soy el único policía que recibió dos veces de Uribe la medalla Anastasio Girardot, que es la máxima condecoración que otorga el estado de Antioquia”, había dicho Meneses antes de declarar, mientras tomaba su jugo de naranja.
Habría que recordar que después de la primera confesión de Meneses ante Pérez Esquivel y los juristas, Santiago Uribe contestó que Meneses era un testigo poco confiable porque había sido un policía muy problemático, pasado a retiro por problemas disciplinarios. En cambio Meneses asegura que los hermanos Uribe usaron su influencia para cerrarle todas sus causas judiciales y que él se jubiló cuando le dio la gana, y que aún percibe su pensión policial.
¿Y qué dice la cinta? Para empezar, hay que decir que el audio es de muy mala calidad, de a ratos se escucha bien, de a ratos no. La cinta dura unos 26 minutos pero sólo en seis o siete se escucha una conversación. Hablan primero en la vereda de una calle céntrica, en medio del bullicio y los bocinazos, después siguen en lo que parece un bar o cabaret, con una fuerte música de fondo. Lugares públicos con mucho ruido: se nota que hay desconfianza.
El coronel Benavídez es un personaje clave en la trama de los Doce Apóstoles. Era el jefe policial de Yarumel cuando el grupo paramilitar empezó a operar. Cuando Página/12 publicó por primera vez el testimonio de Meneses tanto los hermanos Uribe como el presidente electo Francisco Santos salieron a negar los dichos del arrepentido. Pero fue el jefe de la Policía Nacional, general Oscar Naranjo, quien más se empeñó en desvirtuar las acusaciones, y lo hizo apelando a una supuesta declaración del coronel Benavídez.
Según Naranjo, cuyo hermano está preso en Alemania por narcotráfico, Meneses también habría sido comprado por los narcos. Naranjo dijo que tras escuchar el testimonio de Meneses citó al coronel a su despacho para tomarle declaración. Según Naranjo, el coronel habría dicho que dos veces Meneses intentó comprar su testimonio en contra de Santiago Uribe a cambio de 500 millones de pesos colombianos, unos 250 mil dólares. Naranjo dijo que el dinero que supuestamente ofreció Meneses provenía de “los comba”, un notorio grupo narco que opera en Colombia.
Pero en la cinta el hombre a quien Meneses llama “mi coronel” dice otra cosa.
El diálogo empieza con Meneses diciendo que está preocupado porque ha escuchado que se habría reabierto una causa judicial en contra de ellos. Meneses dice “parece que Amaya anda jodiendo”, en referencia al oficial Amaya, quien según Meneses actuaba de nexo entre la policía y el grupo paramilitar. Amaya sería el testigo de identidad reservada que habría vinculado a Santiago Uribe con los crímenes de los Doce Apóstoles. El “coronel” intenta tranquilizar a su interlocutor. “Escuché que Amaya anda perdido, parece que está desaparecido”, dice con tono risueño.
Pero lejos de relajarse, Meneses contesta que le preocupa la situación porque muchos de los Doce Apóstoles han sido asesinados, y nombra a varios. Meneses le pide al coronel que “averigüe bien” qué pasa con la causa. “Yo estoy tranquilo porque yo no maté a nadie, yo no participé en los operativos”, contesta “mi coronel”.
Meneses pregunta por Santiago Uribe. “Mi coronel” responde: “A Santiago Uribe lo conocí cuando asaltaron su finca y desde entonces empezamos a trabajar juntos. El me daba información sobre delincuencia y yo la trabajaba”.
Meneses pasa al tema del financiamiento.
Meneses: “Había dos grupos que nos daban dinero. Estaba el grupo de comerciantes y hacendados que nos daban dinero para la gasolina, papelería y cosas así”.
Coronel: “Claro...”
Meneses: “Después estaba el otro grupo, el de Santiago...”
Coronel: “Claro... y ahora ves cómo nos pagan”.
Al final de la cinta, Meneses dice que hay que ser cuidadosos y coordinar las acciones entre ellos. Sugiere que podrían declarar ante la corte penal internacional. Propone hacer una declaración en una escribanía y dejarla en poder de sus esposas ante cualquier eventualidad. El coronel parece dudar. “El problema es que van a preguntar por qué no lo dijimos antes”, acepta Meneses. “Juntémonos mañana a la mañana y veamos los pasos a seguir”, ofrece. Termina la cinta.
Sin ser abogado uno podría presumir que se trata de una prueba valiosa pero no definitiva. La voz que habla con Meneses reconoce haber “trabajado” con Santiago Uribe contra “la delincuencia” y, tácitamente, haber recibido dinero de él. También manifiesta sentirse traicionado o abandonado por la familia presidencial. Si esa voz es la de Benavídez, el coronel debería explicarle a la Justicia el sentido de sus palabras.
Al día siguiente de declarar, ya sin traje, Meneses parece más aliviado y con ganas de hablar. La cita es en un bar de San Telmo. Un tío del arrepentido que vive en Buenos Aires vigila discretamente la puerta de entrada. Otro familiar hace guardia en la vereda de enfrente.
Meneses quiere hablar de la muerte, de la muerte de cada uno de los Doce Apóstoles: “Pelo de chonta”, los hermanos Barlati, Rodrigo, “el relojero”, el teniente Téllez: todos muertos. Amaya, “desaparecido”. El coronel Benavídez, para que no desconfíen de él, se mudó a una cuadra del cuartel general de la policía metropolitana en Medellín. “Piensa que así va a salvar su vida”, dice Meneses, sacudiendo su cabeza, entre incrédulo y desconcertado. Por suerte para él, Meneses no tiene problemas de autoestima.
Insiste con la muerte. Ahora quiere hablar de las personas que denunciaron a Uribe en el pasado y que también terminaron muertos. Menciona al profesor universitario Jesús María Valle Jaramillo, presidente del Comité Permanente para los Derechos Humanos, asesinado en febrero de 1998, en Medellín, luego de denunciar la “connivencia” entre los paramilitares y el entonces gobernador Uribe. Menciona al paramilitar Francisco Villalba, uno de los ejecutores de la masacre de El Aro (1997), asesinado, también en Medellín, en abril del año pasado, luego de declarar que Alvaro Uribe Vélez estuvo involucrado en la planificación y la logística de la masacre en su condición de gobernador de Antioquia.
Menciona a Pedro Juan Moreno Villa, un ganadero de Antioquia que llegó a ser secretario de Gobierno de Uribe, cuando éste era gobernador, pero después se distanció y empezó a denunciar al gobierno de Uribe por casos de corrupción desde su revista La Otra Verdad. Moreno Villa y su hijo murieron cuando su avión cayó en el 2006 en la zona de Uraba.
En el 2008 el jefe paramilitar Salvatore Mancuso dijo que Moreno Villa conocía detalles de la masacre de El Aro. Hace tres semanas el general Rito Alejo del Río, procesado por sus vínculos con los paramilitares, declaró en una audiencia pública que la muerte de Moreno Villa no fue un accidente, sino que murió asesinado. “¿Y los asesinos dónde están?”, pregunta Meneses. “¿Por qué nadie los encuentra?”
No tiene mucho más para decir. Paga los dos cafés y se va. Pasa por el Serpaj para hablar con unos abogados, se saca unas fotos y se pierde en las calles de Buenos Aires. No tendrá a dónde ir pero parece apurado. Claro, la muerte lo persigue.
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