viernes, 20 de enero de 2012

El estudiante Iván Ávila de Ciencia Política, rehusando el "encanto" de los tendidos y la tentación de los tradicionales "burladeros", escribe esta nota sobre la polémica de los toros en Bogotá, cuyas corridas se rehusó a patrocinar el actual alcalde, Gustavo Petro, y anunció reutilizar el coso taurino para otras causas, que revivan oscuros y alegres episodios de la historia pasada de Colombia. N d la R.

Apuntes para el debate sobre las corridas de toros en Colombia

Resulta triste observar cómo los defensores de las corridas intentan esquivar siempre el aspecto más crítico de la polémica, a saber, su dimensión ético-política. Nadie puede negar —debido al carácter subjetivo— que dicha actividad constituye una expresión artística, deportiva o, incluso, cultural (con todas las ambigüedades del término), sin embargo, independientemente de su caracterización, lo que está en juego aquí son, por lo menos, dos maneras antagónicas de entender las relaciones “animal-humano”. La primera perspectiva, abiertamente antropocéntrica, admite el sistemático uso y sufrimiento de animales (valga decir, de animales-no-humanos) para saciar placeres e intereses humanos; la segunda, por el contrario, considera inconcebible tal actitud y propone entablar relaciones horizontales, donde la vida de otros seres y sus formas de autorrealización sean respetadas/potenciadas al máximo.

Toro y torero no se encuentran en igualdad de condiciones (tampoco los caballos explotados durante la tortura), el “espectáculo” está perfectamente diseñado para disfrute humano; si el torero ataca “elegantemente”, el toro ataca para defenderse, por confusión o entrenamiento, con seguridad él (o “ella”, porque no todos "los toros" son “machos”) no considera que sus movimientos ni los del agresor sean sublimes manifestaciones estéticas.

Mientras los aficionados a las corridas dicen defender una supuesta "especie" que si no fuera por tal actividad se extinguiría, los/as detractores/as aseguramos que “la especie”, así, en abstracto (si es que existe y se diferencia del Bos taurus común), no tiene mucha relevancia, lo que verdaderamente importa es el ser que en su individualidad debe soportar un dolor físico y psíquico intenso. Además, la extinción del llamado “toro de lidia” no acarrearía ningún impacto en términos de desequilibrio ecológico pero, si lo que se pretende es conservarlo, sus adeptos deberían invertir en santuarios donde, de paso, podrían trabajar las personas antes vinculadas a la tortura pacientemente premeditada.


Finalmente, al tratarse de perspectivas ético-políticas antagónicas, la oposición a las corridas nos tiene que conducir a pensar en la abolición de la subordinación animal-no-humana allí donde se presente: en granjas industriales, laboratorios, zoológicos, etcétera, pues su funcionamiento general se basa en los mismos postulados. La tarea pasa por transformar nuestra forma de hablar, vestir, pensar, comer y relacionarnos, implica reconfigurar de arriba a abajo nuestra subjetividad y sensibilidad, abandonando la tiránica dicotomía jerárquica animal/humano, mientras no sea así simplemente le daremos la razón a personajes como el extorero César Rincón, quien afirma:

“Es verdad que se mata al toro, pero la realidad es que en esta actividad no existe hipocresía: la de comer carne, porque la especie humana vive de los animales. Al cerdo y al pollo los alimentan para matarlos. La calidad de vida de un toro de lidia es muy buena en cambio”.



Iván Ávila Gaitán.

livication@hotmail.com

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