LA
INNOVACIÓN DE MEDELLÍN ES FICCIÓN QUE DUELE
David Jiménez[1]
En el año 2016 la ciudad de
Medellín obtuvo el premio Lee Kuan Yew World City Prize, y en el 2013 el premio
de la ciudad más innovadora del mundo. Sin embargo, “venderla” como la mejor
ciudad no solo del país y una de las mejores del continente, es la estrategia
gubernamental hacia la opinión pública.
Como
mosco en leche
Pero, cómo poder catalogar
la ciudad como la mejor en urbanismo cuando tiene un transporte público
colectivo ineficiente, que no tiene punto de comparación con ciudades como
Toronto en Canadá, donde el orden, las frecuencias, el acceso a personas con
movilidad reducida y adultos mayores son de envidiar.
Además, es una ciudad donde
no florecen los vehículos amarillos “taxis”, sino el transporte público
colectivo. Más grave aún, en Medellín no todo el sistema de transporte público
está adaptado para estos grupos poblacionales. Esta es una de las razones por
las cuales no comprendo por qué Medellín es una ciudad innovadora.
En otras ciudades, existe
cultura ciudadana, no la famosa cultura metro, es una cultura donde las
personas se comportan en la vida social de acuerdo a parámetros legales, éticos
y morales que hacen y fortalecen la convivencia y la seguridad. Para el caso colombiano y latinoamericano, la
inseguridad urbana y los problemas de convivencia social como los
enfrentamientos de hinchas por los partidos de futbol, para nada hacen a una
ciudad innovadora la intolerancia ciudadana.
Por otra parte, definirla
como una ciudad innovadora donde hay presencia notoria del crimen organizado y
cuando la opinión pública conoce las famosas “fronteras invisibles”. Cuando no
se puede ni visitar sectores de la
ciudad so pena de ser amenazado o asesinado. Estas “cualidades” no hacen que una
ciudad sea innovadora en seguridad y convivencia.
Una
ciudad de extremos
Una ciudad donde grupos del
crimen organizado tienen control y presencia en diferentes territorios sumado a
la precariedad de la presencia institucional y social del gobierno Local; con
nuevas formas de apartheid urbano, donde un sector como El Poblado se equipara
a una ciudad del primer mundo, mientras que el otro extremo están sectores
excluidos económicamente por la pobreza y el desempleo. Estos extremos tampoco
hacen posible una ciudad innovadora.
Sumado a lo anterior, el
Estado no garantiza los valores constitucionales a la vida e integridad
personal para evitar el desplazamiento forzado intraurbano de grandes
proporciones, apeñuscado en cinturones miserables. Una problemática que aqueja
desde hace décadas a la ciudad de la innovación.
En otra perspectiva, esta es
una ciudad que tiene una de las mejores empresas latinoamericanas de servicios
públicos domiciliarios, EPM, pero al mismo tiempo tiene a cientos de familias desconectadas
de estos servicios básicos y a otras las tiene en apuros para pagar las
facturas mensuales, porque no tienen un empleo digno y estable para soportar
las diferentes cargas económicas de “alta tensión”.
Donde también deambulan a la
vista de todos, se tiene la presencia de los famosos “habitantes de la calle”
que representan el extremo de la pobreza y la exclusión. Es común verlos como
parte “normal” del paisaje urbano en ciudades como Medellín, pero, a pesar de
la recesión de 2008, no es tan frecuente ver homeless en Toronto o New York.
Para terminar, es muy bueno
que se construyan los parques, las bibliotecas, el metro, el tranvía,
metro-cable y cualquier obra pública que impacte la comunidad; pero estos
hechos no hacen que Medellín sea la ciudad más innovadora y transformadora del
Mundo cuando la inseguridad, la exclusión, la pobreza y el desempleo la
mantienen sitiada.
Tales son los problemas
principales que deben enfrentar y resolver los políticos y los empresarios
antioqueños. Por lo pronto, sea esta la oportunidad, sin echarnos cuentos que
cuestan un “ojo de la cara”, reconocer que en otras ciudades del mundo viven
mejor y tienen mejor calidad de vida y bienestar real que en la urbe
galardonada.